¿Resistirá Francisco Benito Parra Mireles un paseo por la ruta de 'su' dinero?
Aunque nunca informaba sobre el destino de las cuotas sindicales de los profesores del estado, hoy se encuentra al frente del Servicio Médico. Su insensibilidad e intransigencia generan incertidumbre en el gremio
Ahora sí nos lo vamos a chingar… todo esta amarrado –decía Francisco Benito Parra Mireles a un grupo de amigos mientras clavaba su torva mirada en la hilera de vehículos que iban de sur a norte, de norte a sur, allá por el bulevar Venustiano Carranza, una mañana de julio de 2003. Así se despedía, triunfante, mientras se acomodaba el ropaje de la abyección que le ha permitido llevar a cabo lo actos más viles en su existencia.
Parra Mireles caminaba en medio de la atmósfera fresca y húmeda rumbo a su vehículo mientras su retorcida mente trabajaba de manera febril, buscando la forma de torcer la ley para convertir a Juan Cisneros Cortés, profesor de literatura de la Escuela Normal Superior en compañero de Jaime Zamudio, tesorero de la administración de Juan Manuel Armendáriz para aplicarle el artículo 42 del Estatuto Jurídico para los Trabajadores al Servicio del Estado, porque bajo la firma del primero, había aparecido un texto en la revista Territorio Libre con el siguiente encabezado: Se enriquece tesorero de la Sección 38.
Por supuesto que el escrito mantenía enfurecido a Jaime Zamudio porque lo lastimaba moralmente, pero también pisaba los callos de algunos funcionarios sindicales mientras cimbraba toda la estructura de la administración de Armendáriz Rangel.
Francisco Benito había sido nombrado como fiscal por el pleno del Comité Ejecutivo de la Sección 38 para solicitar el cese fulminante como trabajador, de Cisneros Cortés. Por aquel entonces regenteaba el departamento jurídico de la Secretaría de Educación Pública Fausto Destenave Kuri quien mantenía como palafrenero legal a otro abogado de perfil mediocre de nombre Ernesto Guevara Ochoa; además, como encargado de atizar el fuego fungía un sujeto de pelo níveo y nariz chata que paseaba por la vida un eterno rictus de amargura; se apellida Anguiano y aún pulula en el universo sindical de la Sección 38.
Sin pizca de escrúpulos y sin el más mínimo sentido de solidaridad sindical, Parra Mireles, en un acto de venganza promovía el cese como trabajador de la SEP de Juan Cisneros Cortés. El complot estaba en marcha avalado por el pleno del CE de la Sección 38. Se revolverían las preñadas con las paridas si esto era necesario. Se citaría a testigos falsos mientras se hacían las diligencias necesarias. Pero si la postura de Benito Parra y de sus representados era aberrante, más lo era la postura de Destenave Kuri y de Guevara Ochoa (el análisis de esto corresponde a otro capítulo) que se prestaban a torcer el espíritu de la ley, porque para aplicar el artículo mencionado, es necesaria la condición sine qua non de que los trabajadores sean compañeros cercanos y en un aparato tan grande, como el educativo, esto es imposible de configurar desde el punto de vista legal.
Finalmente el desencuentro quedaría zanjado de manera extralegal, pero Francisco Parra ya se había metido hasta el cuello en el tambo de la mierda de la ilegalidad y de la perversión; se había exhibido como un ridículo Torquemada, cuando su función era la defensa de los derechos de los trabajadores. Desde entonces quería ser Secretario General de la Sección 38.
Por eso y por muchas cosas más –como dice la canción- la base magisterial aplaude la llegada de Carlos Moreira Valdés a la dirigencia de la Sección 38, porque ya se había creado un mundo de discrecionalidad, de abuso, de falta de transparencia y de despilfarro. Durante dos décadas se había jugado con la inteligencia de los profesores.
Parra Mireles odia a Juan Cisneros Cortés con ese odio de corte feminoide desde los tiempos en que Polo Vega era el titular de educación en Coahuila. No admitía, ni lo admite, que un profesionista recién egresado de la ENS echara mano de la denuncia pública para exigir, hoja volante en mano, un lugar para sí, dentro de la estructura educativa de Coahuila. Menos admitiría –dada su estructura mental de totalitarismo barato- que Cisneros Cortés se presentara ante el Congreso del Estado a demandar en juicio político a su jefe.
La ambición monetaria de Francisco Parra carece de límites y lo más seguro es que no resista un paseo por la ruta del dinero, como decía Garganta Profunda, sobre todo después del puesto que ocupó como tesorero de la Sección 38 y por su fallido intento por convertirse en el máximo dirigente de esta organización.
Un dato más que exhibe su falta de escrúpulos y su ambición: dentro de las filas del magisterio nadie desconoce el proceso de expoliación a que sometió durante años a los alumnos reprobados, a quienes con la promesa de aprobarlos, los obligaba a que lo ayudaran en trabajos de albañilería a levantar la finca que tiene en Ramos Arizpe y después, a edificar el colegio que funciona en la calle Salazar.
Unos días después, cuando moría una tarde lluviosa de julio, en la trastienda de la cantina El Delicias, bajo los focos de 60 watts, Juan Cisneros Cortés en compañía de algunos amigos se metía entre pecho y espalda sus ya tradicionales tragos dobles de ron añejo. En eso llega otro camarada y le espeta:
- En la mañana, en un restaurant del norte de la ciudad dijo la Paca Perra que ahora sí te va chingar… que todo está amarrado.
El aludido levantó la cabeza mesándose el cabello ensortijado por la lluvia y le respondió:
- Pos ve y díle a ese hijo de su reputisísima madre, que como dijo don Julio Scherer, si es con la inteligencia, el que se lo va a chingar soy yo… tengo lo que me queda de vida por delante…
Después soltó una carcajada saludablemente sonora cuyos ecos se perdían en medio de los acordes de la música norteña.
Parra Mireles caminaba en medio de la atmósfera fresca y húmeda rumbo a su vehículo mientras su retorcida mente trabajaba de manera febril, buscando la forma de torcer la ley para convertir a Juan Cisneros Cortés, profesor de literatura de la Escuela Normal Superior en compañero de Jaime Zamudio, tesorero de la administración de Juan Manuel Armendáriz para aplicarle el artículo 42 del Estatuto Jurídico para los Trabajadores al Servicio del Estado, porque bajo la firma del primero, había aparecido un texto en la revista Territorio Libre con el siguiente encabezado: Se enriquece tesorero de la Sección 38.
Por supuesto que el escrito mantenía enfurecido a Jaime Zamudio porque lo lastimaba moralmente, pero también pisaba los callos de algunos funcionarios sindicales mientras cimbraba toda la estructura de la administración de Armendáriz Rangel.
Francisco Benito había sido nombrado como fiscal por el pleno del Comité Ejecutivo de la Sección 38 para solicitar el cese fulminante como trabajador, de Cisneros Cortés. Por aquel entonces regenteaba el departamento jurídico de la Secretaría de Educación Pública Fausto Destenave Kuri quien mantenía como palafrenero legal a otro abogado de perfil mediocre de nombre Ernesto Guevara Ochoa; además, como encargado de atizar el fuego fungía un sujeto de pelo níveo y nariz chata que paseaba por la vida un eterno rictus de amargura; se apellida Anguiano y aún pulula en el universo sindical de la Sección 38.
Sin pizca de escrúpulos y sin el más mínimo sentido de solidaridad sindical, Parra Mireles, en un acto de venganza promovía el cese como trabajador de la SEP de Juan Cisneros Cortés. El complot estaba en marcha avalado por el pleno del CE de la Sección 38. Se revolverían las preñadas con las paridas si esto era necesario. Se citaría a testigos falsos mientras se hacían las diligencias necesarias. Pero si la postura de Benito Parra y de sus representados era aberrante, más lo era la postura de Destenave Kuri y de Guevara Ochoa (el análisis de esto corresponde a otro capítulo) que se prestaban a torcer el espíritu de la ley, porque para aplicar el artículo mencionado, es necesaria la condición sine qua non de que los trabajadores sean compañeros cercanos y en un aparato tan grande, como el educativo, esto es imposible de configurar desde el punto de vista legal.
Finalmente el desencuentro quedaría zanjado de manera extralegal, pero Francisco Parra ya se había metido hasta el cuello en el tambo de la mierda de la ilegalidad y de la perversión; se había exhibido como un ridículo Torquemada, cuando su función era la defensa de los derechos de los trabajadores. Desde entonces quería ser Secretario General de la Sección 38.
Por eso y por muchas cosas más –como dice la canción- la base magisterial aplaude la llegada de Carlos Moreira Valdés a la dirigencia de la Sección 38, porque ya se había creado un mundo de discrecionalidad, de abuso, de falta de transparencia y de despilfarro. Durante dos décadas se había jugado con la inteligencia de los profesores.
Parra Mireles odia a Juan Cisneros Cortés con ese odio de corte feminoide desde los tiempos en que Polo Vega era el titular de educación en Coahuila. No admitía, ni lo admite, que un profesionista recién egresado de la ENS echara mano de la denuncia pública para exigir, hoja volante en mano, un lugar para sí, dentro de la estructura educativa de Coahuila. Menos admitiría –dada su estructura mental de totalitarismo barato- que Cisneros Cortés se presentara ante el Congreso del Estado a demandar en juicio político a su jefe.
La ambición monetaria de Francisco Parra carece de límites y lo más seguro es que no resista un paseo por la ruta del dinero, como decía Garganta Profunda, sobre todo después del puesto que ocupó como tesorero de la Sección 38 y por su fallido intento por convertirse en el máximo dirigente de esta organización.
Un dato más que exhibe su falta de escrúpulos y su ambición: dentro de las filas del magisterio nadie desconoce el proceso de expoliación a que sometió durante años a los alumnos reprobados, a quienes con la promesa de aprobarlos, los obligaba a que lo ayudaran en trabajos de albañilería a levantar la finca que tiene en Ramos Arizpe y después, a edificar el colegio que funciona en la calle Salazar.
Unos días después, cuando moría una tarde lluviosa de julio, en la trastienda de la cantina El Delicias, bajo los focos de 60 watts, Juan Cisneros Cortés en compañía de algunos amigos se metía entre pecho y espalda sus ya tradicionales tragos dobles de ron añejo. En eso llega otro camarada y le espeta:
- En la mañana, en un restaurant del norte de la ciudad dijo la Paca Perra que ahora sí te va chingar… que todo está amarrado.
El aludido levantó la cabeza mesándose el cabello ensortijado por la lluvia y le respondió:
- Pos ve y díle a ese hijo de su reputisísima madre, que como dijo don Julio Scherer, si es con la inteligencia, el que se lo va a chingar soy yo… tengo lo que me queda de vida por delante…
Después soltó una carcajada saludablemente sonora cuyos ecos se perdían en medio de los acordes de la música norteña.
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