El pobre diablo Fernando Donato de las Fuentes le abrirá la puerta a la ultraderecha rabiosa que representa Acción Nacional.
En 1987 Eleazar Galindo Vara andaba en campaña en busca del voto popular que lo condujera a la alcaldía de Saltillo. De humanidad robusta y prístina mirada de hombre bueno, el candidato usaba una gorrita de beisbolista, que como ahora dicen los muchachos, lo hacía ver ‘bien reba…’.
Galindo Vara venía a sustituir a Carlos de la Peña Ramos a quien una prolongada campaña del periódico Vanguardia lo había motejado como el Cabal. A él le había tocado uno de los períodos más duros, en que la república se debatía en medio de la pobreza por los errores de los priistas encumbrados en los altos mandos del país; sin embargo, la gente y los mapaches seguían rellenando las urnas con votos a favor del PRI, no se sabe en qué proporción.
De esa manera, la campaña de Eleazar no era más que mero trámite, pues desde el momento en que había sido nominado por su partido, ya se sabía que él sería el próximo presidente municipal de Saltillo, por eso, el candidato no tenía necesidad de adoptar una imagen de intelectual ni de don Chingón, pues todo mundo sabía que venía de los campos de béisbol, y había sido ungido como aspirante a la alcaldía por los intereses de Arturo Berrueto González, a la sazón, el operador político de Eliseo Mendoza Berrueto, quien ya se preparaba para sustituir al Diablo de las Fuentes en la gubernatura de Coahuila.
Eleazar no sabía que con su triunfo en las urnas llegaba su desgracia. Durante los primeros dos años de su administración, pasaba de los apuros para el pago de nóminas al ridículo de su policía montada queno resolvía el problema de la inseguridad pública en las decenas de colonias, que en los años anteriores habían crecido en los arrabales, como los hongos después de la lluvia.
El transporte público era un verdadero caos. Los choferes y concesionarios, armados con viejas unidades no cumplían con los horarios y Saltillo estaba convertido materialmente en un bache, pues las calles después de las lluvias veraniegas parecían la superficie marciana, con miles de cráteres. Esto, por supuesto mantenía irritados a los automovilistas que exigían también, vías rápidas de comunicación en la ciudad.
Muy pocos conocen, aparte de los actores de la época, los motivos que tuvo Eliseo Mendoza Berrueto para dejar en la orfandad política y económica a Galindo Vara. Pero Eleazar no sólo era víctima de la soledad sino de lo inquina del gobernante, quien desde palacio rosa pagaba al mercenario Armando Castilla Sánchez para que lo denostara.
La campaña periodística estaba a cargo de un profesor miserable espiritualmente, de nombre Juan Antonio Rodríguez Samaniego (en estos días entrega en abonos la zalea y no falta mucho para que empiece a cocerse a fuego lento en el infierno) que se solazaba desde las páginas del vespertino Extra llamándolo el alcalde chatarrero. En esos tiempos el Extra se escribía mojando las plumas en tinteros de mierda.
Resulta que en su desesperación por cumplir con los compromisos monetarios inherentes a su cargo, Eleazar se había visto en la necesidad de vender la chatarra de los corralones municipales porque Eliseo no le aventaba ni un quinto de las participaciones municipales, la prueba es que la obra cumbre del trienio fueron los barandales del viejo puente de la calle Lerdo de Tejada cruz con las vías ferroviarias, construido en 1904 para facilitar la llegada de los muertos, al panteón San Esteban.
El país estaba herido de muerte por las crisis galopantes y la corrupción de la clase gobernante; sin embargo, el PRI seguía conservando la hegemonía política en medio del engaño electoral, al grado de que en Saltillo, muy pocos pensaban que el PAN podría alzarse con la victoria el 28 de octubre de 1990.
Eliseo Mendoza Berrueto, el peor de los gobernantes que ha padecido Coahuila a lo largo de su historia, no sabía que al destruir a Galindo Vara estaba abriendo la puerta para que la ultraderecha rabiosa representada por Acción Nacional se metiera en la alcaldía de Saltillo.
Por aquel entonces, desde la Unión de Organismos Empresariales Rosendo Villarreal Dávila, excapataz del GIS, ya arañaba la presidencia municipal de Saltillo, y como en ese entonces no tenía partido aborrecido, no le hubiese importado la postulación por parte del PRI; sin embargo, la clase política priista aún tenía la fortaleza para decidir por alguno de sus hombres y no sería precisamente Rosendo, hijo de Ricardo Villarreal García quien había sido alcalde capitalino en 1942.
Cuando el 30 de junio de 1990 Eliseo Mendoza y Arturo Berrueto tumban a Eleazar nombrando a Mario Eulalio como alcalde interino, poco se podía hacer, pues en el inconciente colectivo ya flotaba la idea del cambio.
Ni el oficio político, ni el prestigio de Mario Eulalio Gutiérrez Talamás pudieron hacer, de julio a septiembre de 1990, que los priistas de las colonias pobres salieran a votar por el partido oficial. El 28 de octubre de aquel año, fecha en que se llevaban a cabo las elecciones, sólo 17 mil priistas irían a las urnas. Los panistas con Villarreal Dávila a la cabeza metían 500 sufragios más y el gobierno de Mendoza Berrueto, acorralado por la iniciativa privada se encontraba maniatado para torcer los resultados. De esta manera, la noche de aquel día Rosendo encabezaba la marcha de la victoria. Tenía su cuartel político en la calle Rayón, enfrente de la Cruz Roja.
Esta historia es tan triste para los priistas que Abraham Cepeda Izaguirre, el contrincante de Rosendo aún llora cuando le recuerdan la derrota. Todavía se acuerda que él hacía campaña en el Casino mientras Villarreal Dávila vociferaba en las colonias que rescataría a Saltillo.
Pero como ha escrito Nietszche –que no era tan pendejo-: la historia es cíclica, casi 20 años después la historia se repite. En estos momentos el PRI tiene un imbécil al frente de la alcaldía y no hace nada para contrarrestar a la ultraderecha rabiosa que ya se encuentra en las goteras de Saltillo, encarnada en Óscar Mohamar Dainitín.
Aunque muy parecidos, estos días son diferentes porque Eleazar no era drogadicto como el actual alcalde Fernando Donato de las Fuentes Hernández, pero las condiciones políticas son similares. Primero, porque existe un rechazo absoluto hacia el alcalde por parte del estrato socioconsciente de la población en el que se aglutinan los votantes panistas y porque igual que hace 20 años, los priistas no están dispuestos a salir a las urnas para legitimar a un partido, que no ha tenido la capacidad de remover la ineptitud de el alcalde capitalino.
En estos momentos el PRI se encuentra en una encrucijada pero aún tiene tiempo de mover sus piezas, porque si en 1990 faltaban sólo 90 días para las elecciones municipales, ahora faltan todavía dos años.
Actualmente la situación sociopolítica es muy similar a la que privaba en 1990: deficiente transporte público, policías abusivos y ladrones deambulando por la ciudad, mal servicio de limpieza y una malísima imagen del alcalde que se ha defendido con uñas y dientes antes de someterse a un antidoping.
No obstante que lo anterior es sumamente subjetivo y puede calificarse como etéreo, puede provocar la migración del voto priista hacia la derecha rabiosa que, dígase lo que se diga, cuenta con un discurso atractivo, aunque éste sólo se escuche en la época electoral.
Al tiempo…
Galindo Vara venía a sustituir a Carlos de la Peña Ramos a quien una prolongada campaña del periódico Vanguardia lo había motejado como el Cabal. A él le había tocado uno de los períodos más duros, en que la república se debatía en medio de la pobreza por los errores de los priistas encumbrados en los altos mandos del país; sin embargo, la gente y los mapaches seguían rellenando las urnas con votos a favor del PRI, no se sabe en qué proporción.
De esa manera, la campaña de Eleazar no era más que mero trámite, pues desde el momento en que había sido nominado por su partido, ya se sabía que él sería el próximo presidente municipal de Saltillo, por eso, el candidato no tenía necesidad de adoptar una imagen de intelectual ni de don Chingón, pues todo mundo sabía que venía de los campos de béisbol, y había sido ungido como aspirante a la alcaldía por los intereses de Arturo Berrueto González, a la sazón, el operador político de Eliseo Mendoza Berrueto, quien ya se preparaba para sustituir al Diablo de las Fuentes en la gubernatura de Coahuila.
Eleazar no sabía que con su triunfo en las urnas llegaba su desgracia. Durante los primeros dos años de su administración, pasaba de los apuros para el pago de nóminas al ridículo de su policía montada queno resolvía el problema de la inseguridad pública en las decenas de colonias, que en los años anteriores habían crecido en los arrabales, como los hongos después de la lluvia.
El transporte público era un verdadero caos. Los choferes y concesionarios, armados con viejas unidades no cumplían con los horarios y Saltillo estaba convertido materialmente en un bache, pues las calles después de las lluvias veraniegas parecían la superficie marciana, con miles de cráteres. Esto, por supuesto mantenía irritados a los automovilistas que exigían también, vías rápidas de comunicación en la ciudad.
Muy pocos conocen, aparte de los actores de la época, los motivos que tuvo Eliseo Mendoza Berrueto para dejar en la orfandad política y económica a Galindo Vara. Pero Eleazar no sólo era víctima de la soledad sino de lo inquina del gobernante, quien desde palacio rosa pagaba al mercenario Armando Castilla Sánchez para que lo denostara.
La campaña periodística estaba a cargo de un profesor miserable espiritualmente, de nombre Juan Antonio Rodríguez Samaniego (en estos días entrega en abonos la zalea y no falta mucho para que empiece a cocerse a fuego lento en el infierno) que se solazaba desde las páginas del vespertino Extra llamándolo el alcalde chatarrero. En esos tiempos el Extra se escribía mojando las plumas en tinteros de mierda.
Resulta que en su desesperación por cumplir con los compromisos monetarios inherentes a su cargo, Eleazar se había visto en la necesidad de vender la chatarra de los corralones municipales porque Eliseo no le aventaba ni un quinto de las participaciones municipales, la prueba es que la obra cumbre del trienio fueron los barandales del viejo puente de la calle Lerdo de Tejada cruz con las vías ferroviarias, construido en 1904 para facilitar la llegada de los muertos, al panteón San Esteban.
El país estaba herido de muerte por las crisis galopantes y la corrupción de la clase gobernante; sin embargo, el PRI seguía conservando la hegemonía política en medio del engaño electoral, al grado de que en Saltillo, muy pocos pensaban que el PAN podría alzarse con la victoria el 28 de octubre de 1990.
Eliseo Mendoza Berrueto, el peor de los gobernantes que ha padecido Coahuila a lo largo de su historia, no sabía que al destruir a Galindo Vara estaba abriendo la puerta para que la ultraderecha rabiosa representada por Acción Nacional se metiera en la alcaldía de Saltillo.
Por aquel entonces, desde la Unión de Organismos Empresariales Rosendo Villarreal Dávila, excapataz del GIS, ya arañaba la presidencia municipal de Saltillo, y como en ese entonces no tenía partido aborrecido, no le hubiese importado la postulación por parte del PRI; sin embargo, la clase política priista aún tenía la fortaleza para decidir por alguno de sus hombres y no sería precisamente Rosendo, hijo de Ricardo Villarreal García quien había sido alcalde capitalino en 1942.
Cuando el 30 de junio de 1990 Eliseo Mendoza y Arturo Berrueto tumban a Eleazar nombrando a Mario Eulalio como alcalde interino, poco se podía hacer, pues en el inconciente colectivo ya flotaba la idea del cambio.
Ni el oficio político, ni el prestigio de Mario Eulalio Gutiérrez Talamás pudieron hacer, de julio a septiembre de 1990, que los priistas de las colonias pobres salieran a votar por el partido oficial. El 28 de octubre de aquel año, fecha en que se llevaban a cabo las elecciones, sólo 17 mil priistas irían a las urnas. Los panistas con Villarreal Dávila a la cabeza metían 500 sufragios más y el gobierno de Mendoza Berrueto, acorralado por la iniciativa privada se encontraba maniatado para torcer los resultados. De esta manera, la noche de aquel día Rosendo encabezaba la marcha de la victoria. Tenía su cuartel político en la calle Rayón, enfrente de la Cruz Roja.
Esta historia es tan triste para los priistas que Abraham Cepeda Izaguirre, el contrincante de Rosendo aún llora cuando le recuerdan la derrota. Todavía se acuerda que él hacía campaña en el Casino mientras Villarreal Dávila vociferaba en las colonias que rescataría a Saltillo.
Pero como ha escrito Nietszche –que no era tan pendejo-: la historia es cíclica, casi 20 años después la historia se repite. En estos momentos el PRI tiene un imbécil al frente de la alcaldía y no hace nada para contrarrestar a la ultraderecha rabiosa que ya se encuentra en las goteras de Saltillo, encarnada en Óscar Mohamar Dainitín.
Aunque muy parecidos, estos días son diferentes porque Eleazar no era drogadicto como el actual alcalde Fernando Donato de las Fuentes Hernández, pero las condiciones políticas son similares. Primero, porque existe un rechazo absoluto hacia el alcalde por parte del estrato socioconsciente de la población en el que se aglutinan los votantes panistas y porque igual que hace 20 años, los priistas no están dispuestos a salir a las urnas para legitimar a un partido, que no ha tenido la capacidad de remover la ineptitud de el alcalde capitalino.
En estos momentos el PRI se encuentra en una encrucijada pero aún tiene tiempo de mover sus piezas, porque si en 1990 faltaban sólo 90 días para las elecciones municipales, ahora faltan todavía dos años.
Actualmente la situación sociopolítica es muy similar a la que privaba en 1990: deficiente transporte público, policías abusivos y ladrones deambulando por la ciudad, mal servicio de limpieza y una malísima imagen del alcalde que se ha defendido con uñas y dientes antes de someterse a un antidoping.
No obstante que lo anterior es sumamente subjetivo y puede calificarse como etéreo, puede provocar la migración del voto priista hacia la derecha rabiosa que, dígase lo que se diga, cuenta con un discurso atractivo, aunque éste sólo se escuche en la época electoral.
Al tiempo…
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