sábado, 9 de diciembre de 2006

Enrique Vs. Humberto.
¿Quién ganará?
Enrique Martínez y Martínez por estos días paga sus errores con el desprestigio personal y de su administración. Por principio de cuentas, ha dejado de ser el señor gobernador, para convertirse en el prepotente, en el innombrable, en el ser humano al que se le desprecia de manera ingrata, se le persigue y se le juzga en los medios alquilados por el gobierno actual.
Hoy, Enrique es víctima de la ingratitud, de la condición humana.
Ahora resulta que nada de lo que hizo estuvo bien. El DVR está por derrumbarse. Su gobierno fue de espías. No existía la deuda cero. La nueva clase política, gestada durante su administración, le saca la vuelta. Con Enrique queda muy claro el carácter efímero del poder y Humberto aún no entiende que el que a hierro mata... a hierro muere.

El ostracismo de Enrique

A mediados de 2004, cuando apenas empezaban a sacar la cabeza la mayoría de los aspirantes a la gubernatura de Coahuila, los observadores políticos afirmaban que el que menos posibilidades tenía de ser señalado por el gran dedo elector, era Humberto Moreira Valdés; lo consideraban el más vulnerable mientras expresaban que la perversidad de Enrique Martínez y Martínez lo estaba llevando a un desfiladero al alentarlo junto con el resto de los precandidatos en sus aspiraciones. Lo pararán –decían-. Enrique es el dueño del C
ongreso y sólo hace falta que le encandile a los diputados para que busquen las cuentas mochas. Además –sostenían- está aún pendiente el asunto del IEEA y el despilfarro en la Secretaría de Educación.
No obstante lo anterior, el actual gobernador colocaba cientos de panorámicos en los cuatro puntos cardinales de la entidad a la vez que emprendía una novedosa campaña de compadrazgo a lo largo y ancho del estado. Sus compadres actualmente suman miles, al grado de que la fama legendaria de compadrazgo político de Roberto Legazpi Ruiz ha sido rebasada.
Los primeros meses de 2005 fueron determinantes para la consolidación de la candidatura de MoreiraValdés, porque la capacidad de Martínez y Martínez se había agotado en los momentos en que pudo haber frenado las aspiraciones del actual mandatario, pero no lo hizo porque según los enterados, aspiraba a un minimaximato; es decir, en su fuero interno acariciaba el sueño de Plutarco Elías Calles de seguir gobernando más allá del límite sexenal.
Tal vez en esos momentos, Enrique tenía razón en acariciar la posibilidad de seguir mandando a través de Humberto Moreira, pues aún se puede escuchar el eco de miles de piropos de corte político que salían de la boca moreireana. Es más, como una prueba de su vasallaje, el actual gobernador mandó colocar la fotografía de Martínez y Martínez en una de las pastas de los cuadernos, que se entregaban a los estudiantes de educación básica cuando fue titular de la SEPC.
Pero eso fue ayer. Ahora, Enrique es sometido a una especie de linchamiento público en los medios de comunicación, especialmente Vanguardia que por lo que se ve y hasta donde se sabe, ha pasado a ser patrimonio del Gobierno de la Gente, pues ha puesto sus oscuros intereses al servicio del moreirato.
A través de las páginas de Vanguardia, Enrique es perseguido. A su administración se le señala ahora como ineficiente e inepta. El pregón de la deuda cero que tanto cacaraqueaba Martínez y Martínez, fue echado abajo, el martinismo espiaba y no solamente se derrumbará el distribuidor vial de Torreón, sino que actualmente se destroza la ampliación a cuatro carriles del bulevar Carranza. En las columnas políticas se insinúa que el exgobernador se benefició con las curvas del bulevar Colosio y en general que Enrique hizo grandes negocios a la sombra del poder público. Además se persigue también a la excontralora estatal María I. Garza Orta, una mujer de carnes magras y de flaca moral porque mantuvo hasta el final de la administración anterior la amenaza de indagar los pormenores del programa de Carrera Magisterial.
Enrique Martínez y Martínez y Andrés Manuel López Obrador gobernaron simultáneamente durante algún tiempo sus respectivos reductos políticos. Ambos obtenían calificaciones populares por encima del ocho. Actualmente Humberto Moreira presume el mismo porcentaje que su antecesor en el cargo tuvo durante la mayor parte de su administración, y sin embargo, desde hace unos seis meses, a Enrique se le somete a juicio público, se le persigue y lo más sospechoso es que el exgobernador guarda silencio.

El hombre y su nombre

Cuando los coahuilenses veíamos a Enrique Martínez y Martínez en el ejercicio pleno del poder, con sus frases grandilocuentes o con sus anécdotas populares, nos parecía un hombre entero, en la plenitud de su existencia y dispuesto siempre a apurar la copa del mando hasta la última gota. Nunca lo imaginamos perseguido y acorralado.
Educado para mandar y no para la obediencia, Enrique, desde muy joven se fijo la meta de ser gobernador de Coahuila. A los 28 ya había sido alcalde de Saltillo, pero seguramente no paladeó las mieles de sus facultades, pues en aquellos tiempos, Óscar Flores Tapia se arrogaba el poder omnímodo tanto de la alcaldía como de la gubernatura. Por eso, durante casi dos décadas, Martínez y Martínez porfió en el logro de su meta y aunque en el 93 Carlos Salinas de Gortari le arrebató la nominación que de manera natural le tocaba, en el 99 se salió con la suya y en el arranque de la primavera de aquel año logró convertirse en candidato de su partido al gobierno de Coahuila.
Entre el 93 y el 99 del siglo pasado, Enrique hizo popular la frase: “el que respira aspira”, respuesta que invariablemente daba a las inquisiciones de los reporteros, quienes le preguntaban sobre sus aspiraciones a la gubernatura, entidad aún abstracta que interiormente comparaba con la famosa gata mora, herencia anecdótica de su padre: “si te le acercas chilla y si te alejas llora”. La verdad es que Martínez y Martínez siempre guardó la distancia exacta del poder. Nunca se acercó tanto, de manera obsesiva como para hacer chillar a los gatos del gobierno, pero tampoco se alejó lo suficiente como para que lloraran por falta de contrincante de peso.
Enrique arribó al poder en el punto exacto de su ciclo vital: alrededor de los 50 años, con la experiencia necesaria y curado ya de los arrebatos juveniles que estrujan el alma y rechazan la venganza como práctica de mafiosos. Para entonces ya tenía fama bien ganada de cabrón, pues al inicio de la administración de José de las Fuentes Rodríguez, era Secretario General de Gobierno y alcalde de Saltillo simultáneamente, un caso de invasión de poderes que sólo podía darse bajo la égida de la hegemonía priista. En aquellos años, en Coahuila y, fundamentalmen
te en la capital del estado comenzaban a surgir y a afianzarse en las trincheras de masas, grupos radicales que exigían al gobierno los mínimos de bienestar social, sobre todo tierra para construir sus viviendas, algunas veces justicia y otras, empleo. El país estaba en quiebra. Así lo había entregado José Lópezportillo a Miguel de la Madrid. No había dólares en las arcas nacionales y el pueblo padecía la falta de productos elementales como jabón de olor y aceite comestible de calidad. Los comerciantes especulaban con la mercancía y en algunas ocasiones hordas desesperadas, vaciaba los supermercados, más que para robar, para exhibir la especulación. En esos tiempos Navarro Montenegro cobraba celebridad por haber entregado a los pobres un camión repleto de leche. En los años más tiernos de la década de los ochenta, la Plaza de Armas era el sitio más visitado por la gente de las colonias populares. A Enrique le tocaba atender en comisiones a los inconformes, aunque apenas estaba por cumplir los 33.
En aquellos años también, el Gordo Castilla se pavoneaba de haber echado del poder a Flores Tapia. Crecido y soberbio, Armando Castilla, un día, ya muy remoto de esa época, mandó a uno de sus reporteros a tomar fotografías de una pista de aterrizaje, supuestamente clandestina, que se encuentra en la granja M y M, propiedad del ahora exgobernador y en aquel entonces Secretario General de Gobierno. Las gráficas fueron publicadas y lo más que hicieron fueacar del sopor provinciano a una clase media semiilustrada que a la sazón leía Vanguardia; sin embargo, este hecho enardeció al funcionario que el mismo día citó a conferencia de prensa en su oficina. Ahí conminó al reportero a que fuera a llevar un mensaje maternal al dueño del periódico. Aunque en esa época los diarios, igual que en estos tiempos eran dóciles, entendieron. Armando Castilla Sánchez bajó el tono y la forma de la crítica y la vida en el estado siguió su curso mientras Enrique Martínez y Martínez se posicionaba en el inconciente colectivo, pues desde el lugar en el que oficiaba en el santuario de la política coahuilense, tenía la oportunidad de tratar con las lideresas priistas que en esos tiempos funcionaban como la correa de transmisión entre el gobierno y los pobladores del arrabal.
Desde el punto de vista humano, Enrique es un hombre agradecido; así lo indica su historia personal: en 1981 acompañó a Óscar Flores Tapia a la ciudad de México a negociar la sucesión temporal y en 1999 hizo titular de la SEPC a Humberto Moreira Valdés. En el primero de los casos citados en este párrafo, pagaba la deferencia que con él tuvo el exmandatario; en el segundo, la ayuda electoral que el ahora gobernador le había brindado luego de los intentos de Rogelio Montemayor por ayudar a Jesús María Ramón a lograr la nominación priista a la gubernatura de Coahuila. Pese a que Montemayor Seguy obstaculizó su llegada al gobierno del estado, cuando éste pasaba tragos muy amargos defendiéndose del caso Pemexgate, Martínez y Martínez no hizo leña del árbol caído. Dejó en manos de la justicia federal el asunto, sin permitir que lo acariciara siquiera el funesto vientecillo de la venganza; por el contrario, supo encontrar los momentos adecuados en su gobierno para reconocer postmortem, tanto los méritos del mismo Flores Tapia, como de don Eulalio Gutiérrez Treviño, dos figuras de la historia coahuilense que en vida fueron antagónicas, tanto de clase como políticamente, pues el ingeniero Gutiérrez Treviño obtuvo la nominación para la alcaldía de Saltillo, luego de que ya la tenía en su poder Flores Tapia en 1956, luego de serias manifestaciones de inconformidad de las cámaras de comercio e industria locales. A ambos, les levantó sendas estatuas en nombre del pueblo de Coahuila.
En 1992, Margarito J. Hernández emprendía una más de sus aventuras. Se fue a Ciudad Acuña a promover la precandidatura de Enrique Martínez y Martínez a la gubernatura de Coahuila. Contra todo lo que se pudo haber dicho en su momento, el Mago era un hombre vertical, íntegro. Fundó un semanario modesto, de una docena de páginas que le imprimían en el Eco. La mitad del espacio estaba destinada a exaltar la personalidad de Enrique. Cuando le pregunté por qué lo hacía me contestó lacónico:
- Porque con Enrique Martínez por lo menos voy a tener un cajón y un pedazo de tierra.
Así fue. Los restos del Mago descansan en el Parque Funeral Santo Cristo.
Pese a que sus detractores dicen que Enrique es un hombre de muy mal genio, en su administración, hasta donde se recuerda, hubo armonía, tan es así que incorporó a su gobierno a cientos de montemayoristas, incluyendo a Óscar Pimentel, quien se desempeñó como alcalde durante el primer tramo de su
gobierno. No existía la exigencia pueril de que si no te la jugaste conmigo no hay chamba. La madurez psicoemocional por encima de todo. Tampoco promovió filtraciones en contra de su antecesor como sucede ahora.
Según el último informe de Enrique Martínez y Martínez que fue aprobado por el Congreso del Estado por unanimidad, y por la sociedad, que le fijó una calificación por encima del ocho, “por su esfuerzo, aplicado en atraer a Coahuila inversiones por 7 mil 400 millones de dólares”, con la idea siempre de diversificar la actividad económica de las distintas regiones del estado, en donde de acuerdo con el mismo documento se crearon 151 mil empleos, además de promover la llegada al sureste, de empresas como Jet Center, Aviacsa, Parkway y GSF Foundries y Whirlpool”.
En cuanto a desarrollo económico y fomento al empleo, el exmandatario dijo que se hizo lo que se pudo porque la mitad de su período coincidió con la recesión del 2001 y el estancamiento subsecuente, además de que las empresas tuvieron que ceñirse a la “globalización, la feroz competencia en los mercados y la imperiosa necesidad de reducir costos con procesos innovadores, tecnología y robótica, pero con menos gente, lo que provocó la pérdida de empleos.
Enrique Martínez y Martínez es economista, por lo que no cualquiera le puede rebatir que la marcha de las finanzas de un estado y su capacidad para promover el asentamiento de industrias depende de la ruta que sigue la línea de la estadística de consumo de la economía norteamericana que actualmente, apenas empieza a repuntar, luego de una drástica caída en el consumo del mercado más grande del mundo. Él mismo lo dijo durante la lectura de su último informe: “Me voy con la satisfacción de que entregué el mejor de mis esfuerzos para corresponder a la confianza otorgada, pero sabedor de que falta mucho por hacer”.

La educación como rehén de la política

Pese a que durante su última comparecencia Enrique presumió de los logros en vivienda, en obra pública y en salud, sabe que no será recordado por sus aportaciones al mejoramiento de la calidad de la educación pública de los coahuilenses. Nadie sabe por qué despreció la oportunidad que tuvo para pasar a la historia como un mandatario proclive a la atención de este rubro, que desde hace mucho tiempo espera que se le dé certeza y se le fortalezca.
Pese a que en la administración de Martínez y Martínez se ejerció un presupuesto de alrededor de 50 mil millones de pesos (alrededor de 5 mil millones de dólares) dinero suficiente hasta para haber importado maestros suecos, no le prestó atención y dejóue Humberto Moreira se apoderara del aparato educativo durante todo el sexenio, primero como titular y luego colocándole a los principales funcionarios a la maestra María de los Ángeles Errisuriz Alarcón, con lo que la politiquería que provoca magros resultados en la calidad educativa, fue la constante del sexenio martinista.
El exmandatario olvidó a la educación pública porque es un asunto que además de ingente, es poliédrico y el abordamiento para mejorar la calidad, implica no sólo el enfrentamiento con las secciones sindicales, sino que de hacerlo, se corría el riesgo de que los líderes azuzaran a los trabajadores en contra del gobierno; por eso, Enrique puso en manos de Humberto Moreira el manejo de este rubro partiendo de la premisa de que un pueblo estúpido al que ya se le habían ordeñado los votos necesarios para legitimar el poder, primero, sería sujeto de una próxima ordeña y segundo, el proceso de estupidización constante por falta de calidad en la educación, lo haría presa fácil de manipulación, como sucede en estos momentos. Hasta la fecha nadie sabe si Martínez y Martínez decidió olvidar el aparato educativo de manera deliberada o, simplemente por comodidad. La realidad es que por estos días, Coahuila ocupa el último lugar en el ranking nacional y por lo mismo el último en la lista de los países que actúan como socios comerciales de México.

El zorro y el cuervo

No cabe duda de que Enrique cometió muchos errores, pecados capitales como la soberbia y la avaricia; y, aunque se llegó a decir durante su administración que por estas latitudes no había político más perverso que él, la verdad es que otro de sus yerros, tal vez el que más lamentará durante el resto de sus días, fue la forma en que entregó la nominación a la gubernatura al actual grupo gobernante, que se puede sintetizar en una parodia de la fábula del cuervo y el zorro de Samaniego: un verdadero acto de ingenuidad, una jugada boba.
Pero los errores se pagan y Enrique Martínez y Martínez paga por estos días con el desprestigio personal y de su administración. Por principio de cuentas, ya no es el Señor Gobernador, hoy es el prepotente, el innombrable, el ser humano al que se le desprecia de manera ingrata, se le persigue y se le juzga en los medios alquilados por el gobierno actual. Hoy, Enrique es víctima de la ingratitud, de la condición humana. Ahora resulta que nada de lo que hizo estuvo bien. Los puentes que construyó están por derrumbarse. Su gobierno fue de espías. Las medidas tomadas durante su mandato para fortalecer el fondo de pensiones de los profesores estatales, toman un nuevo giro. La nueva clase política le saca la vuelta. Hoy es el apestado. Humberto Moreira declaró hace unas semanas ante alumnos del ITESM que a él no se le caerían los puentes.
¿De qué se trata? Nadie conoce el fondo.

El señor gobernador

El primer indicio para los coahuilenses de que las cosas no marchaban bien entre Humberto Moreira y Enrique Martínez se dio el uno de diciembre de 2005 al término de la ceremonia de toma de protesta del nuevo gobernador. Después de despedir la transmisión oficial, los técnicos de RCG dejaron abiertos los micrófonos. De pronto, se escuchó la voz de Enrique:
- Señor gobernador, me permite darle un abrazo.
- Claro que sí –contestó Humberto, cuando se supone que la deferencia debió haber surgido de él.
Luego, ambos estrecharían sus cuerpos. Nadie sabe qué se dijeron al oído con el sol aún en su cenit de aquel día, que no volverá hasta que termine el tiempo de los mayas en el 2012. Tal vez un vínculo de amistad los unía en esos instantes, por última vez… y para siempre.

El día de los Santos Inocentes

En Saltillo las tardes invernales son hermosas alrededor de su Plaza de Armas, sobre todo, cuando la cruzan la brisa, de la mano con la niebla, ocultando la majestuosa torre de Catedral y dándole un aspecto fantasmagórico a los edificios coloniales que rodean la casa coahuilense de gobierno, evocadora de los tiempos de viejas glorias del florestapismo y la fastuosidad de su pensamiento.
Y ahí, en ese recinto, asiento del mando político del estado, una de aquellas tardes tiernas del invierno de 2005, Humberto se quejaba con algunos coaligados de su gobierno. Culminaba apenas su cuarta semana en palacio rosa. El brillo de sus ojos verdes se acentuaba a cada momento en que señalaba con su largo índice:
-Ahí en esa silla estaba yo y en aquella el tesorero, cuando le dije a Enrique que me ayudara para la campaña. No quiso. Era septiembre, al principio. Sólo me dijo que después de pagar sueldos y aguinaldos, quedarían alrededor de 250 millones de pesos para que yo despegara mi gobierno, que habría deuda cero, pero cuál sería mi sorpresa que cuando llegamos, los proveedores se nos arremolinaban, cobrándonos y no había dinero, pero sí muchas cuentas por pagar.
Aquella tarde-noche del 28 de diciembre, día de los inocentes, Humberto lucía encabronado, impotente. Ya contaba con información acerca de que el inicio de su gobierno había sido saboteado. Lo habían debilitado desde su gestación. Es fácil entrar en su estructura mental y colegir que se sentía maniatado con faltantesn las arcas públicas y cientos de proveedores persiguiéndolo.
¿Y las promesas de campaña? ¿Los puentes? ¿La fastuosidad con la que había soñado? ¿Su intención de cincelar en hormigón y bronce su paso por la gubernatura de Coahuila?
Lo único que su equipo pudo hacer en ese entonces a través de su jefe de prensa David A-gueyón fue filtrar a la prensa que el gobierno entrante no había dejado deuda cero. A Javier Guerrero García le tocó contestar insistiendo en que la administración de Enrique, efectivamente había dejado en ceros la deuda gubernamental. Sus palabras se perdían en el desierto de la despolitización del pueblo. Esto era apenas el inicio de un largo rosario de acusaciones de ineptitud de espionaje y de rapiña.
Luego vendrían los señalamientos de que el Distribuidor Vial Revolución sería demolido en su totalidad porque se encontraron fallas en su diseño y en la resistencia. Este ha sido el golpe más demoledor contra el prestigio con el que abandonó el cargo Enrique Martínez y Martínez, aunque luego seguirían los señalamientos de que en la administración anterior, se practicaba el espionaje. El moreirato usaba para este fin a un exempleado de la Dirección de Readaptación Social y el escándalo generado en las entrañas del gobierno, pretendía dañar la imagen de Raúl Sifuentes Guerrero quien actualmente es candidato al Senado de la República por la Alianza por el Bien de Todos que integran los partidos de la Revolución Democrática, Convergencia y del Trabajo.
El intento de desprestigio ha llegado a niveles de hilaridad, pues el gobierno de Moreira, empeñado en destrozar los recuerdos de Enrique Martínez y Martínez, ordenó a los dueños del periódico Vanguardia que sacaran la estatua incompleta erigida en honor de Carmen Guerra y la fotografía del monito apareció en este rotativo provocando la risa de más de un saltillense. La explicación que se dio, fue la de que por las prisas, el equipo martinista no había liquidado alrededor de 280 mil pesos al escultor.
La última acción que ha emprendido el moreirato para borrar los recuerdos martinistas, es destrozar la ampliación del bulevar Venustiano Carranza para levantar en esa arteria tres puentes. ¿Visiones diferentes o venganza? Hasta el momento nadie sabe.

Epílogo

Aunque para los mortales comunes, el mando y sus intrigas son una incógnita, en casos como éste queda muy claro el carácter efímero del poder, sobre todo porque se perfila en bajorrelieve la condición humana y el espacio se convierte en un erial donde colisionan las pasiones.
¿Qué siente en estos momentos Enrique Martínez y Martínez en lo más recóndito de su alma al ver la forma infame y artera con que se borra su obra? Tal vez nada, aunque todavía existen otras incógnitas: ¿Qué siente Humberto, al destrozar el trabajo de su otrora mecenas político?
En 1975, cuando apenas había arribado al poder, Óscar Flores Tapia procedió más o menos de la misma forma con su antecesor en el cargo, el ingeniero Eulalio Gutiérrez Treviño. Lo mandó a la tumba. En ese entonces Flores Tapia no pudo darse cuenta de que había minado su gobierno. El explosivo detonaría cinco años después, cuando ya la familia Gutiérrez Talamás había tenido tiempo de fabricar obuses y rentar una trinchera en el periódico Vanguardia. El ejército de reivindicación era comandado por Humberto Gaona Silva y lo integraban ingenuos y mercenarios, aunque no por eso menos efectivo. Dos décadas después de la reyerta política que colocó a Coahuila en las primeras planas de los diarios nacionales y extranjeros, los reporteros participantes confesarían a través del libro de Conrado Charles Medina, que fueron instrumentos de una venganza política, en la que viejos agravios atizaban la hoguera en la que se consumía el prestigio del viejo emperador de Coahuila.
Hoy, Humberto Moreira se convierte motu proprio en marioneta de la historia al repetir los hechos. Nietszche tenía razón. Tal parece que Beto no tiene miedo ni al juicio de la historia, ni al espíritu del refrán que dice: “el que a hierro mata… a hierro muere”.

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