Isidro López López, el cachorro de una familia de carcamanes del magisterio es el único sobreviviente de una asonada sindical que al despuntar la década de los 80 encabezaba Carlos Fonseca de León quien poco a poco muere, víctima del alcoholismo más atroz que pueda destrozar el cuerpo y el alma de un ser humano.
El Sindicato Único de Trabajadores al Servicio del Gobierno del Estado (SUTSGE) es una organización, que como todas las que fueron prohijadas en la época del corporativismo priista no pudo sustraerse a la tentación totalitaria de padecer un cacique que durante dos décadas ha ido haciéndose carne en la figura de Isidro López López, quien no sólo ha medrado con los intereses sindicales de los burócratas al servicio del estado, sino que merced a su segunda profesión, cobra como aviador en la Universidad Pedagógica Nacional, semillero de parientes del viejo magisterio.
Tenebroso en grado superlativo, frío y distante en su trato con el mundo, López López tiene pocos amigos y evita embriagarse con ellos porque bajo el influjo de las bebidas espirituosas le da por acariciar los genitales de los varones que tiene al alcance de su mano.
Isidro López López llegó al ámbito sindical de la mano de su cuñado y primo Marco Antonio López García, un dipsómano consuetudinario que arrastra la desgracia de la sal en la sementera, y que en la década de los 70 era el intelectual del grupo que comandaba otro alcohólico proclive a la violencia y golpeador de mujeres llamado Carlos Fonseca de León.
Por estos días Isidro López López es el poder tras el trono, pues los secretarios generales no ejercen el poder de manera independiente porque cualquier decisión que toman, lo hacen luego de consultarlo.
Con 35 años de antigüedad en las filas de la burocracia estatal, Isidro López López se resiste al retiro, pues sabe que de hacerlo tendría que heredar el hueso a alguno de sus compañeros y no está dispuesto a perder la mina de oro en que ha convertido a la organización sindical.
Dentro del sindicato se comenta que tiene más casas que el mismo Álvaro Morales, todas adquiridas con los acuerdos signados en el sótano con los funcionarios gubernamentales de las últimas tres décadas.
López López en mancuerna con su primo-cuñado Marco Antonio López García fungían como consejeros de la Dirección de pensiones y otros beneficios sociales de los trabajadores al servicio del estado en los tiempos en que Eliseo Mendoza Berrueto entregó esta institución a Marcos Espinosa para que se cobrara a lo chino la inversión que había hecho en la campaña política.
Marcos Espinosa Flores en contubernio con los representantes de los trabajadores construyó el centro deportivo Solidaridad, un elefante blanco ubicado a un costado del fraccionamiento Loma de Lourdes con lo que mandó a la quiebra a la institución que por encargo legal tiene la obligación de pensionar y jubilar a la burocracia del estado.
Además, los mismos consejeros que el cacique el SUTSGE coloca como representantes de los trabajadores ante Pensiones, son los que han autorizado pensiones absurdas y abusivas como la de Benigno Gil de los santos quien se jubiló con 40 mil pesos mensuales, la de Carlos Juarista Septién quien por edad se pensionó con una cantidad igual y la del mismo Enrique Martínez y Martínez, exgobernador de Coahuila que –según se rumora- recibe también 40 mil pesos mensuales, mientras los trabajadores de base, por sus bajos ingresos apenas alcanzan tres o cuatro mil pesos de pensión.
El SUTSGE nació en 1972 luego de la promulgación del estatuto jurídico que aunque obsoleto ya, aún norma las relaciones entre los burócratas y el gobierno del estado. En sus inicios fue una organización de hombres y mujeres rudos, rústicos, algunos de ellos trabajaban en el campo, otros en las duras faenas de la imprenta de gobierno, algunos eran jardineros en la ciudad deportiva. Todos tenían un común denominador: creían a ciegas en el PRI y sus candidatos a quienes ya como funcionarios les rendían pleitesía.
Como en todas las organizaciones sindicales de este país de analfabetos funcionales, los tuertos se han convertido en reyes. De esta manera, el primer cacique que tuvo el SUTSGE fue Candelario Robles Arreola, un sujeto inescrupuloso que presumía de su amistad con altos funcionarios de la administración florestapista quien para mantenerse en el poder se había rodeado de viejitos que estaban por jubilarse y por lo tanto carecían de aspiraciones. Además, no dudaba en expulsar del sindicato a los inconformes. De esta manera el mismo cacique creaba las condiciones para que germinara la semilla de la insurrección que alimentaba la inconformidad de Carlos Fonseca, Marco Antonio López e Isidro López López.
El primer paso que toma la gente de Carlos Fonseca en 1978 es buscar un imbécil carismático pero manejable para apoderarse de la Sección Uno, la más numerosa. La búsqueda no tardaría mucho, pues ahí estaba Faustino Ibarra Valdés, un profesor de academia comercial que exhibía su pelo en pecho y lucía bigote tupido, usaba pantalones de mezclilla sumamente ajustados que combinaba con camisas de colores llamativos y aparentaba talento. Como tesorero le incrustaron a Antonio Tobías Salomón, un estudiante de economía que ya acusaba los defectos de cuentachiles y miserable, y a quien el destino convertiría en concuño de Fonseca de León.
Dos años después de su arribo a la secretaría de la Sección Uno del SUTSGE Ibarra Valdés era depuesto en una asamblea controlada por Fonseca de León, López García y López López, luego se nombraría a Armando Luna Lara, un viejito que sabía de cuadratines y que en la imprenta de gobierno manejaba una prensa muy parecida a la de Gutemberg, pero que de sindicalismo sabía sólo lo que le habían enseñado en el aldeano PRI de la década de los 50.
Todo marchaba sobre ruedas pues con Luna Lara llegaría Isidro López López en marzo de 1981. Con Isidro López y Tobías Salomón como cabeza de playa en el SUTSGE, a Carlos Fonseca sólo le quedaba esperar a que el tiempo corriera hasta el término del período estatutario que llegaría unos meses después.
Convertido ya en secretario general de la Sección Uno del SUTSGE Carlos Fonseca de León integraría en su equipo de trabajo a Marco Antonio López García y a Isidro López López, el primero en organización, el segundo en finanzas. Todo quedaba en familia. Se gestaban así las condiciones para apoderarse del sindicato. La primera etapa de la consolidación del cacicazgo que hoy padecen los burócratas estatales estaba cumplida aunque vendrían tiempos aciagos.
Aunque ya atrincherados en esta posición los golpistas sindicales no las tenían todas consigo, pues el carácter atrabiliario y déspota que despertaba el tequila hornitos que a diario consumía en Fonseca de León lo hacía entrar en un conflicto permanente con la dirigencia estatal que en ese entonces ocupaba Jesús Rodríguez Barraza, un lagunero hocicón y rústico en su trato con la gente y que había llegado también a través del boquete que los golpistas habían abierto en la estructura del SUTSGE.
En ese entonces, de acuerdo con los estatutos, las dirigencias seccionales se conformaban por voto universal y secreto, pero no así la secretaría general estatal a la que se accedía a través de un delegado por cada 40 trabajadores de base. De esta manera, la manipulación era más fácil que el convencimiento masivo, sobre todo porque las masas son reacias al cambio y siempre existen grupos con grandes compromisos con los dirigentes, aunque los favores recibidos hayan sido ínfimos.
En ese entonces, durante los primeros años de gobierno de Miguel de la Madrid los tiempos no eran buenos para las multitudes. La inflación crecía cada mes y el dinero era insuficiente para completar las necesidades más elementales de la burocracia. Los famosos pactos de la época no lograban contener la incoformidad y el descontento populares y los dirigentes sindicales no podían brincar el tope de incremento salarial fijado por sus patrones: los gobiernos estatal y federal.
Este era el talón de Aquiles de Jesús Rodríguez Barraza como máximo dirigente del SUTSGE, pues a él le correspondía presentar los pliegos petitorios cada año y luego recibir las mentadas de madre de la base trabajadora, porque no se completaba con nada, pues el proceso inflacionario parecía imparable y cada día, el poder adquisitivo del peso se pulverizaba en las tiendas de autoservicio.
Mañosamente, esta coyuntura era usada por Carlos Fonseca de León, a la sazón dirigente de la sección sindical más numerosa del SUTSGE para desacreditar ante tirios y troyanos el trabajo que llevaba a cabo Jesús Rodríguez Barraza.
De esta manera, en medio de la inconformidad de los trabajadores llegaban a su fin de manera simultánea los períodos sindicales tanto de Jesús Rodríguez como de Carlos Fonseca.
El siguiente congreso para la elección de secretario general estatal del SUTSGE se llevaría a cabo en Acuña, Coah. donde Carlos Fonseca actuaría como instigador ante los delegados para que votaran la expulsión de Jesús Rodríguez Barraza. Comenzaba así un proceso de canibalismo sindical que en las últimas tres décadas ha dejado muchas víctimas, pero también ahí se revelaba la condición humana de Fonseca de León, pues había sido Rodríguez Barraza quien lo había sacado del ostracismo a que lo habían condenado los subalternos de Candelario Robles Arreola y de Pancho Valdés.
En el mismo congreso resultaba electo como secretario general Marco Antonio López García consolidándose de esta manera el proyecto del grupo insurrecto que lideraba Carlos Fonseca desde mediados de la década anterior.
Comenzaba también una etapa negra en la que los integrantes del grupo sólo cambiarían de puesto. De esta manera cerraban filas y nadie que no fuera incondicional de ellos podría nunca jamás ocupar un puesto de elección sindical, y si durante su estancia en la Sección uno del SUTSGE tanto Marco Antonio López como Carlos Fonseca habían convertido a la vieja casona de la calle Ateneo en un congal, ahora tocaba el turno al edificio que les había regalado Óscar Flores Tapia antes de caer en desgracia.
Empezaba también la etapa en que los dirigentes sindicales establecían convenios oscuros con los funcionarios del gobierno que les permitían obtener grandes sumas de dinero y vehículos nuevos en los que recorrían el estado. Por lo demás el incremento a los sueldos de los burócratas seguía siendo magro.
Luego del paso del Anciano dictador como se conocía a Marco Antonio López García, ocupó la secretaría general del SUTSGE Antonio Tobías Salomón, un economista a quien la universidad no tuvo la capacidad de mejorar el rústico tono de su voz. Tampoco lo pudo hacer su actividad secundaria de mariachi. A esas alturas, 1986-1989 las cosas ya estaban en franca descomposición en el sindicato de burócratas, pues Tobías Salomón resultó electo a pesar de las acusaciones que pesaban en su contra de malversación de fondos en la época en que fue tesorero de la Sección uno en el período de 1978 a 1981.
En 1989 arribaba al poder sindical a través del fraude electoral Isidro López López. En aquel entonces su contrincante era Raúl Epifanio Ortega quien se llevó de calle la elección y sin embargo, los dirigentes del SUTSGE amafiados con Enrique Martínez y Martínez, a la sazón secretario general de gobierno y de Nora Alicia Puente de Rodríguez, presidenta sempiterna del Tribunal Especial para los Trabajadores al Servicio del Gobierno del Estado, no reconocieron la personalidad jurídica de Epifanio Ortega.
Después de la reyerta que dividía en dos bandos a los trabajadores del gobierno, Isidro López López y la mafia que lo acompañaba expulsó del sindicato a una treintena de trabajadores quitándoles las prestaciones sindicales. El período sindical de López López fue de venganzas y ajustes de cuentas.
Al despuntar la década de los 90, por fin llegaba el turno a Carlos Fonseca de León al convertirse en secretario general del SUTSGE. El edificio de la calle Ateneo volvería a convertirse en congal como había sucedido con la vieja casona situada en la misma calle de Ateneo donde el licor adquirido con las cuotas de los trabajadores circulaba a raudales.
Como un castigo divino por la forma en que se hizo notar hociconeando en las asambleas, a Carlos Fonseca le tocó la nada honrosa tarea de reducir la membresía sindical recortando más de 300 plazas. Las órdenes giradas por Rogelio Montemayor a través de Carlos Juaristi no dejaban lugar a dudas: la reducción era precisa porque costaba menos contratar personal sin prestaciones. Ese era en ese entonces el ahora expresidiario Rogelio Montemayor. Ese era Carlos Fonseca de León, un sujeto que engañaba a las masas, pero se entregaba en la recámara del poder como odalisca barata, por ese crimen de lesa humanidad que implicaba la traición a los principios fundamentales, el exdirigente del SUTSGE hoy sucumbe abandonado por su familia, solo, en medio de su dipsomanía. Dejó en la inopia a más de 300 trabajadores y sus familias sin siquiera chistar. Eso no es ser hombre.
Mientras esto sucedía, Isidro López López observaba cómo se consumía la vida de su primo y cuñado Marco Antonio López García y de Carlos Fonseca de León en medio del consumo etílico inmoderado, pues no tenían hora aborrecida para empezar sus borracheras. Lo mismo podían comenzar a las once de la mañana que amanecer. Esto les impedía cumplir con sus compromisos sindicales y muchas veces el edificio permanecía cerrado porque adentro se llevaban a cabo las francachelas de los jefes.
En una de esas borracheras, Antonio Ramos Salas (a) el Perro Ramos -un personaje singular por su escaso tamaño, por la estructura cúbica de sus quijadas que tienden al prognatismo, por su nariz chata, dientes desparejos y frente amplia sin llegar a la calvicie- rompió todas la fotografías que se encontraban enmarcadas en las paredes del edificio del SUTSGE, bajo el argumento de que no servían para nada. El Perro Ramos también fue expulsado de la organización al empezar a inmiscuirse en los asuntos de la mafia dirigente. Aunque luchó denodadamente, Antonio Ramos tuvo finalmente que pedir clemencia para regresar a su empleo, pues todos los caminos habían sido copados por Isidro López López.
Por lo anterior, poco a poco Isidro López fue haciéndose del control absoluto pues no existían contrapesos. Era el único de la vieja guardia que enfrentaba los asuntos sindicales y de esta manera se fue convirtiendo en el cacique de la organización sindical mientras Carlos y Marco Antonio seguían en el avión etílico.
El primer títere de Isidro fue Mario Saucedo quien gustosamente respondía al alias de el Cepillín, un sujeto con apariencia de retrasado mental que finalmente resultó bueno pa’ los centavos pues cambió su residencia del fraccionamiento Burócratas del estado a Miravalle y durante su gestión se daba vida de jeque árabe viajando en una camioneta suburban del año y llevando gallo a sus novias, pues el dinero le había quitado su fealdad natural.
Después de Mario Saucedo vendrían David de la Peña y Rogelio Vara, dos individuos que no tomaban ninguna decisión sin antes consultarla con Isidro López ya convertido en amo y señor.
Durante la recta final de la carrera por la gubernatura de Coahuila, Isidro López López promovía de manera velada la candidatura de Raúl Sifuentes Guerrero. Incluso asistió al Congreso del Estado durante el evento en que el precandidato presentaba la propuesta de modificación a los candados del PRI con lo que culminaría la precampaña que englobaba el movimiento Tu firma sí gobierna.
Cuando llegó el momento del ajuste de cuentas con Humberto y Rubén Moreira, sin ningún escrúpulo, López López entregó la cabeza de Raúl Vargas quien había sido secretario general en 2005 acusándolo ante los nuevos gobernantes de que este pobre hombre apoyaba por su cuenta y riesgo a Raúl Sifuentes, cuando todos en la burocracia sabían que quien dictaba línea era precisamente López López.
La última persona que ha arribado al puesto de títere de la secretaría general del SUTSGE de plano no tiene pantalones, pues es mujer. Se llama Rosa Isela Alarcón Balandrán y se entiende a las mil maravillas con Isidro que también de cuando en cuando deja que aflore la parte femenina de su alma al practicar el felatorismo manual a sus compañeros de parranda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario