sábado, 27 de marzo de 2010

Los burócratas secuestran a la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Coahuila.

La sociedad civil ha perdido una batalla más. A dos décadasde su nacimiento, la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Coahuila se encuentra en el proceso final de la putrefacción. La presencia del vesiánico Primer Visitador David Corrales García avergüenza no sólo a la institución, sino a todo el género humano.
El 12 de noviembre de 2009 el otoño estaba en marcha en medio de un vientecillo fresco que azotaba suavemente a la ciudad. Muy de mañana había redactado el texto que entregaría en la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Coahuila donde denunciaba a una funcionaria corrupta de la Fiscalía General del Estado sobre un asunto pequeño en el que me fue negado el derecho a ampliar mi declaración.
La noche anterior me había metido entre pecho y espalda más ron que el de costumbre y por lo tanto mi tufo matinal era más apestoso que cualquier ventosa diabólica; sin embargo, me urgía entregar el escrito para protegerme legalmente. Nunca pensé que en la CDHEC hubiese gente que podría anteponer la resaca de un quejoso a la salvaguarda de los derechos fundamentales de cualquier ser humano, aunque sabía de antemano que desde su nacimiento, la Comisión actuaba como solapadora de los actos criminales de funcionarios corruptos y policías asesinos. No podía ser de otra manera pues nació en las entrañas purulentas del sexenio de Eliseo Mendoza Berrueto, fue pervertida en el gobierno de Rogelio Montemayor Seguy en el que una mujerona protegida por Lucrecia Solano se convirtió en señora de horca y de cuchillo en la dependencia y durante el mandato de Enrique Martínez y Martínez quedó como una Comisión de Derchos Humanos sierva del poder que la había engendrado.
Mientras pisaba el acelerador de mi vieja Nissan cavilaba sobre el tratamiento que darían a mi asunto. Lo más seguro –pensaba- es que reciban el ocurso y elaboren la recomendación a la Fiscalía.
El texto elaborado esa misma mañana era claro, así que ni siquiera pensé en modificarlo. Decía lo que tenía qué decir por lo que me fui directo a la recepción de la dependencia y pregunté a la encargada de aspecto ordinario, los pasos a seguir. Me envió con un abogado joven de aspecto clasemediero ataviado con chaqueta de gamuza y pantalón casual de quien pensé que estaba en aquella microoficina porque su padre es amigo de algún alto funcionario del gobierno de la gente.
Durante la lectura de la queja me dejó en claro que no todas las denuncias adquieren el rango de procedentes. Acepté. Luego de la lectura me dijo que tendríamos que ir a la oficina del Primer Visitador. Lo acompañé a un espacio en penumbra en el que detrás de un ordenador estaba un sujeto de carnes magras, rostro patibulario, nariz recta, mirada perspicaz y dueño orgulloso de un puñado de dientes amarillentos que por su tamaño serían la envidia de cualquier pollino.
Antes de entrar pude ver de reojo en algunas oficinas cuyas puertas se encontraban entreabiertas cómo se asesina el tiempo jugando al solitario o viendo en la red páginas pornográficas. Los “defensores de los derechos humanos” ahí apoltronados me echaron también una rápida ojeada antes de que desapareciera en la oficina del Primer Visitador.
En la oficina del Primer Visitador, éste recibió de manos de su asistente el texto mediante el que exponía mi queja. Durante pausas rápidas en la lectura me fue explicando que no todas las solicitudes son recibidas de manera formal en la CDHEC, que antes tienen que investigar si existe sustento en la denuncia de los funcionarios y que por tanto, la mía no sería recibida.
En algún momento de la charla le dije que entonces la presentaría en la Comisión de Derechos Humanos de la Diócesis de Saltillo. Ante esta frase el Primer Visitador se levantó de su asiento y comenzó a caminar como loco por su oficina. Me quedé sentado y le expuse que estaba en ese lugar porque la CDHEC es un organismo que funciona con fondos públicos. Ante esto me espetó:
- Vienes con la espada desenvainada.
- No –le contesté con calma- sólo vengo a presentar una queja contra una funcionaria corrupta de la Fiscalía del Estado.
- Pero vienes borracho. Hasta acá hueles. Así no te voy a recibir la queja hasta que se te pase (la borrachera).
- Bueno –le dije- entonces iré con la recepcionista para que me selle la copia.
Abrí la oficina y salí. Detrás de mí venía el Primer Visitador ordenando a gritos a la recepcionista como homosexual histérico.
- Háblele a la policía, este señor viene borracho.
Para entonces ya tenía la mentada de madre en la punta de la lengua; sin embargo, me contuve. Bajé despacio las escaleras dejando a mi espalda la conmoción. Todos los empleados se encontraban arremolinados en torno del Primer Visitador de quien luego sabría su nombre: David Corrales García.

-o-o-o-o-o-

Al día siguiente 13 de noviembre cuando el sol llegaba al cenit acudí de nuevo al edificio de la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila. Iba dispuesto a enterar al presidente Miguel Arizpe sobre la conducta altanera, antiética e inhumana del segundo funcionario en importancia dentro del organigrama de esa institución. Subía de dos en dos los peldaños mal trazados del edificio hasta llegar al último piso. Ahí, cuando apenas empezaba a preguntar por el horario de Arizpe Jiménez sentí que a mis espaldas se arremolinaba una turba de empleados de la mal llamada CDHEC. Los encabezaba David Corrales García el sujeto ya descrito en líneas anteriores. El rostro repulsivo de corte patibulario encendido, de cuyos belfos salían chisguetes de saliva espetándome:
- A ti no te vamos a atender y házle como quieras.
La secretaria de Miguel Arizpe miraba atónita la escena: alrededor del maldito primer visitador un grupo de hombres y mujeres jóvenes y de mediana edad aprobaban la conducta asquerosa de un funcionario que en los hechos debería ser todo tolerancia y no un individuo mezquino y atrabiliario, que actuaba detrás de un puesto público que debería estar al servicio de los humillados y ofendidos de la sociedad, no del poder.
Nuevamente la voz chillona del histérico servidor público tronaba:
- Señorita, háblele a la policía. Este señor está alterando el orden.
La mujer comenzaba a discar un número mientras yo me abría paso entre la turba que se encontraba en la entrada de la antesala de la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila.
Uno a uno bajé los peldaños de la escalera y me escabullí por la acera poniente del V. Carranza. Los rayos oblicuos del sol aún a levante se estrellaban en mi rostro.
Caminaba lentamente hacia el norte. Me alejaba así de aquella aberración de las instituciones estatales. No obstante lo anterior, iba tranquilo. Mi espíritu se había liberado del peso de la humillación, porque antes de descender los últimos escalones le grité al maldito primer visitador:
- Chinga a tu reputa madre, hijo de perra…

-o-o-o-o-o-

A pesar del descanso que se obtiene con el uso mínimo de las malas palabras a las que se refiere Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, la parte social de mi alma se encontraba alterada, así que regresé sobre mis pasos rumbo al Pancho Coss caminando rumbo al edificio del Congreso, al punto de partida de la CDHEC. Ahí, mientras observaba la escenografía cotidiana: líderes de colonias tratando de ligar unos pesos con los diputados; reporteros en busca de una declaración destinada al relleno de las páginas interiores de los diarios en su edición dominical; niños correteando alrededor de la estatua de Carranza y en busca de las golosinas pringosas de los vendedores ambulantes, recargué mis dorsales en la pared de cantera rosa mientras colocaba la planta izquierda más abajo para equilibrar mi cuerpo.
En ese lugar, improvisada placenta en medio del trajín de la ciudad activé el flash back de mi memoria y me dije a mí mismo:
- ¿qué esperabas?
Y efectivamente, no se podía esperar nada bueno de una institución que nació casi al mismo tiempo que la CNDH aunque en Saltillo fue por una circunstancia que aún se recuerda: el asesinato impío de Enrique Ramos Dávila a manos de policías criminales que antes de morir lo torturaron hasta la crueldad.
Esta coyuntura y la presión que ejercía el doctor Carlos Ramos del Bosque, un médico internista de prestigio, única voz que hacía eco al clamor ciudadano contra la tortura policiaca a lo largo y ancho de Coahuila obligaban a Eliseo Mendoza Berrueto a acelerar la creación, a través del Congreso, de la Codehueco.
De esta manera, el primer presidente de lo que hoy es la CDHEC fue Javier Villarreal Lozano, un intelectual orgánico del poder en turno que no conocía el olor picante de las cárceles municipales y de las bartolinas estatales.
Poco después de asumir el cargo como gobernador del estado Rogelio Montemayor Seguy nombró a través del Congreso a María Elena Rebollozo Márquez, amiga de Lucrecia Solano de Montemayor. En este período de la CDHEC afloró por primera vez la podredumbre de la institución que debería velar por los derechos humanos de los coahuilenses. Rebollozo Márquez fue exhibida por empleados de la CDHEC de hacer uso de los recursos públicos para satisfacer sus necesidades familiares. En la cúspide del poder Solano de Montemayor trinaba de coraje contra los medios que se ocupaban del caso. Creía que el poder que su marido ostentaba en esos momentos nunca se acabaría; sin embargo, se acabó y el exgobernador a punto estuvo de ir a la cárcel acusado de desviar un mil millones de pesos durante las campañas políticas que condujeron a Vicente Fox a los Pinos.
Durante el sexenio de Enrique Martínez ocuparía el cargo una abogada joven sin experiencia en asuntos legales pero allegada al poder: Miriam Cárdenas Cantú, hija del dueño del restaurante El Principal. De nuevo todo quedaba en familia. Ahora es magistrada en el Supremo Tribunal de Injusticia de Coahuila.
Luego vendría Luis Fernando García Rodríguez, quien dejó el cargo por un manejo oscuro y discrecional de los recursos de la CDHEC. Por eso el pleito que ha enderezado contra el estado con el reclamo de indemnización y salarios caídos.
En estas cavilaciones estaba cuando entró una llamada en mi celular. Con desgano respondí. Era la voz de Miguel Arizpe Jiménez quien me invitaba a dialogar un día después. Acepté para darle mi versión sobre los hechos.

-o-o-o-o-o-

Esta vez, cuando subía los peldaños del edificio de la CDHEC sentí despejado el camino. El olor a perro guardián que producen las glándulas de Davil Corrales García, primer visitador de la institución ya no flotaba en el ambiente.
Al llegar a la antesala de la presidencia de la CDHEC ya se encontraba ahí Miguel Arizpe Jiménez. Me invitó amablemente a pasar a su oficina, luego me condujo a una cercana mesa de juntas formada por dos bloques de cantera con un vidrio de unos 15 mm de espesor y con el logotipo de la dependencia grabado.
Conocía a grandes rasgos la trayectoria política de Miguel Arizpe: secretario particular de Óscar Flores Tapìa, Secretario de Finanzas, Diputado Federal, Presidente Municipal de Saltillo, amigo de juegos y banco de los cachorros de estirpe revolucionaria como Abraham Cepeda y Mario Eulalio Gutiérrez; había sido además, representante de los intereses de sus tíos los Arizpe de la Maza en los consejos de administración del sistema bancario, cuando éste todavía no era entregado a los grandes corporativos financieros del mundo.
En la década de los 90 aún pisaba fuerte y era común ver su fotografía en los suplementos de sociales de los principales diarios de la capital del estado. En fin, Miguel era punto de referencia del existoso saltillense que había sabido combinar de manera magistral las actividades políticas, económicas y financieras.
Por eso me sorprendió ver un Miguel Arizpe con el rostro cansado, la voz débil y andar lento.
Antes que nada se disculpó por los incidentes en que se había visto envuelto el personal de la CDHEC en mi caso. Asumió su responsabilidad y todo lo que a un hombre de bien corresponde.
Sin embargo, una idea bullía en mi cabeza:
Tanto a Miguel como a los anteriores presidentes de la CDHEC los ha tenido secuestrados la burocracia. Seres largos y sin escrúpulos como David Corrales García y la pléyade de empleados que lo rodean.
Y es que no es para menos, pues tan sólo el primer visitador David Corrales García, quien funge como perro guardián de la CDHEC en lugar de actuar en defensa de los derechos humanos, gana 31 mil 693 pesos con cinco centavos netos. Además, cada mes se le abonan 4 mil 422 pesos con 72 centavos como parte proporcional del aguinaldo y 687 pesos con 98 centavos por concepto de prima vacacional.
Además de lo anterior, el maldito primer visitador tiene vehículo a su cargo, todas las llamadas que quiera hacer desde su celular, seguro de gastos médicos y seguro de vida.
Tan sólo por concepto de sueldos la CDHEC eroga 737 mil 538 pesos con 28 centavos. Sus empleados tienen 20 días de vacaciones anuales y 40 días de aguinaldo además de viáticos.
La mayor parte de los presidentes que ha tenido la CDHEC se ha abandonado en brazos de la burocracia representada por cinco visitadores entre los que destaca la actitud perruna de David Corrales García.
Es una lástima que una institución tan noble en sus objetivos esté compuesta por este tipo de sujetos que no sólo denigran la función para la que se les paga, sino denigran y envilecen al género humano.
La podredumbre que existe en la CDHEC debe ser investigada por el Congreso, pero por desgracia del deber al hecho, hay mucho trecho.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario