martes, 27 de marzo de 2007

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martes, 13 de marzo de 2007

Rosendo, el fantasma del fascismo.

Durante la administración de Rosendo Villarreal en Saltillo (1990-1993), el autor de este texto estuvo detenido por lo menos una docena de veces en las sucias bartolinas de la cárcel municipal. Por eso, la cálida noche del 13 al 14 de julio de 1993, entre el hedor a orines y vómito de borrachos decidió hacer el presente resumen de la gestión rosendiana. En aquel entonces fue publicado en un opúsculo que circuló de manera profusa en todo Coahuila. Hoy, nomás pa' desahogarme lo repito en este blog. Por supuesto que el texto fue satanizado en su momento por los pinches panistas coahuilenses.


"Un buen crítico necesita ser frío, despreocupado, no tener enaguas ni pantalones, ni riquezas, ni pobrezas, ni parientes, ni amigos, ni mujer, ni hijos, ni miedo, ni religión, ni principios fijos de escuela, ni teorías litera­rias, ni fibras suaves y musicales, ni garganta para los suspiros, ni cabeza para billones y billones de injurias, ni esperanzas, ni temores, ni amor propio, ni inclinación a los placeres, ni repugnancia a los infortunios.
"Un bueó crítico debe ser el primero de los buzos de la tradición y de la ciencia para pescar la verdad, el primero de los hombres honrados para examinada sin ensuciada y el primero de los valientes para proclamada en voz muy alta, aunque el género humano se le venga encima, y sea aprehendido por los gendarmes de todos los ofendidos en el tierno huerto de Getsemaní."
Tomado dd libro El triste porvenir de los países latinoamericanos de Francisco Bulnes, el escritor maldito

I
De explotador a "rescatista"


Un día de agosto de 1990, Rosendo Villarreal Dávila se olvidó de administrar su rancho, dejó de lado su afición a la lectura de libros signados por Og Mandino y sus manuales de cómo mejorar la producción de hortalizas; en medio de sus fantasías decidió hacerse político andante y salir en busca de aventuras, a desfacer entuertos y dispuesto a aplicar sus conocimientos de administración en el gobierno municipal, ya que por esas fechas estaba seguro que de esta manera conseguiría nombre y fama, pues lo consideraba conveniente tanto para el aumento de su "honra" como ideal para servir a sus parientes, los dueños del poderoso consorcio conocido como Grupo Industrial Saltillo.
Poco después se inscribió en el Partido Acción Nacional y convertido ya en una quijotesca parodia, estuvo muchos días pensando en el eslogan de su campaña política para fi­nalmente escoger la palabra "rescate", porque esta com­binaciòn de fonemas le pareció sonora, heroica y con alto contenido social.
Por esos días, Rosendo fue ordenado político andante y
desde entonces se ha dedicado a fustigar los errores en los que han incurrido las administraciones priístas.
Durante su campaña política Rosendo logró cimbrar la conciencia de uno de cada diez saltillenses que lo llevaron al poder municipal. Con un discurso mesiánico, transportado en sus pingüinescas extremidades inferiores, el ahora candi­dato a gobernador daba cauce a sus obsesiones al señalar que es necesario dotar de mucha agua a Saltillo. Aseguraba que sin la garantía de la existencia del vital elemento, ninguna industria se instalará en nuestra ciudad.
Rosendo era fiero en la expresión de sus conceptos acerca del comportamiento de las lideresas, pero más impío se comportaba con los transportistas a quienes lanzaba la acu­sación de voraces y los amenazaba con privatizar el trans­porte público si no cumplían con el horario pactado. Rosendo parecía sincero.
Por esos tiempos Saltillo vivía momentos de convulsión política. Eleazar Galindo Vara había sido destituido como presidente municipal y en su lugar se encontraba Mario Eulalio Gutiérrez Talamás. La derecha apretaba con las protestas de una clase media furibunda que exigía servicios de recolección de basura y vigilancia policiaca mientras protes­taba por el deplorable estado físico de las arterias citadinas, que a causa de las lluvias veraniegas estaba convertida en un gigantesco bache.
La efervescencia desatada por la incursión del empresario en política, ponía el cuero de gallina a los dirigentes de un partido oficial, que en esos momentos se encontraba dividido y desmoralizado. Las apolilladas estructuras del PRI no respondían a los reclamos de líderes y lideresas castrados por
la inercia de muchos años de carro completo. Rosendo aprovechaba estas condiciones y anunciaba en todos los tonos que triunfaría en los comicios del 28 de octubre de 1990.
Con la fuerza del caudillo gestado en las negras entrañas del GIS, Rosendo pronunciaba diariamente una amenaza que adquiría el matiz de promesa. Hablaba de dignificar la vida de los pepenadores del basurero municipal, de impedir las inva­siones de tierra, de desalojar a los puesteros del centro de la ciudad, de remodelar el Mercado Juárez, de reconstruir el rastro municipal y de poner fin a la ola pandilleril que azota a nuestra ciudad.
Con un discurso candente dentro de su incapacidad de oratoria, Rosendo visitaba fábricas, repartía volantes en los cruceros y recorría colonias, mientras de las bocinas de los receptores de radio surgía una tonadilla que causaba furor en el inconsciente colectivo y rompía la rutina electoral a la que los saltillenses estábamos acostumbrados.
Con un rosario de promesas a cuestas, Rosendo triunfaba el 28 de octubre de 1990 por un escaso margen de 500 votos en medio de un clima de abstencionismo que helaba la sangre de los observadores políticos.
Luego vendría la rebatinga y el ridículo de los priístas que protestaban contra el fallo electoral. Mientras tanto, ya como candidato electo, Rosendo declaraba ante los medios de comunicación mientras llegaba el día de su toma de p9sesión.
En el auditorio del Paraninfo del Ateneo Fuente, con un discurso comparado sólo con el de un adolescente que siente el prurito de participar en los certámenes de oratoria, Rosendo refrendaba todas y cada una de las promesas vertidas durante su
campaña. Simultáneamente formulaba amenazas contra todos los grupos que osaran oponerse al rescate integral de nuestra ciudad. El fantasma del fascismo comenzaba a recorrer Saltillo.
De la misma manera en que Rosendo se olvidó de sus lecturas ogmandinescas e hizo a un lado sus manuales de cómo mejorar la producción de hortalizas, también se olvidó de sus promesas de campaña y hoy las clases medias y marginales pagan con creces la osadía de haber ensayado con un cobayo político hecho en las entrañas del consorcio explotador más grande de Saltillo.
Del eslogan político del ex-empleado y pariente de los dueños del GIS, sólo queda el débil eco convertido en una vaga intención. Las esperanzas se han roto para los sal­tillenses que, estupefactos, vemos hoy cómo Rosendose se ha echado a cuestas la tarea de rescatar a Coahuila.
Dios tome confesados a los coahuilenses, si Rosendo intenta rescatar a Coahuila de la misma forma en que intentó rescatar a Saltillo. .

II
La caricatura histérica de un político

Cuando Rosendo Villarreal Dávila lanzó su candidatura para contender en la lucha por la alcaldía, el pueblo lo vio primero con sorpresa, luego con cierto agrado y después, las clases media y alta lo vieron como un excelente vehículo para vengarse de los agravios recibidos del partido oficial. La terquedad de mulo de que hacía gala el vociferante candidato panista había logrado cimbrar la conciencia de uno de cada diez saltillenses, pues Rosendo arribó al poder con 17 mil 500 votos de un padrón que a la sazón tenía alrededor de 180 mil votantes.
De los datos anteriores se infiere que Villarreal Dávila no llegó al poder municipal rodeado de una aureola de triunfa­dor; por el contrario, se convirtió en alcalde por un rato de pendejez del PRI, porque Rosendo no es ningún caudillo carismático; su rostro es repulsivo políticamente, su mirada es fiera y siempre se encuentra cargada de desprecio hacia sus inierlocutores, su voz es titubeante, pastosa, como de borra­cho viejo y su dislalia manifiesta lo lleva a pronunciar "suida­danos" por ciudadanos. Su origen y la suma de sus defectos lo colocarían en desventaja total si el pueblo de Coahuila

tuviera la capacidad de raciocinio polltico. Desgraciadamen­te la denuncia irresponsable y la arrogancia le han dado un toque de liderazgo al explotador saltillense, por eso algunos sectores de la población, los más reaccionarios, se sumarán, ,a su campaña de rencor y frustración.
Terco y obsesivo, incapaz de ocultar sus desplantes para­noicos, con una conducta esquizoide, Rosendo se convirtió en tirano de los saltillenses como una respuesta al desprecio que el pueblo le brindó en las urnas. No existe otro motivo que justifique por qué desde su llegada al poder, Roeendo ha arremetido contra el pueblo, sobre todo contra los moradores del arrabal.
La premisa anterior permite arribar a la conclusión de que Rosendo atacó a todo mundo por frustración, por reactiva­ci6n de su memoria genética, (el padre de Rosendo también fue un alcalde que en 1942 reprimió sin piedad a los saltillen­ses) por odio y por un peligroso recrudecimiento del sadismo que padece. '
Hasta la fecha, muy pocos conocen los resortes psicológi­cos que determinan la conducta errática de Rosendo Villa­rreal. Por un lado practicante hipócrita del catolicismo, con amigos sa-cerdotes y por el otro, colaborador directo de los explotadores de Saitillo, Rosendo presenta muchas facetas. Es voluble en su carácter y en el aspecto político se considera incorruptible; sin embarao, se enriqueció a la sombra de la corrupción que ahora tanto señala. Se dice respetuoso de la ley, pero no ha tenido empacho en violarla cuantas veces se le ha antojado.
Algunos sostienen que Rosendo Villarreal fue niño maltra­tado por su padre, si no física, al menos psicológicamente. De ahí la semejanza tan precisa que existe entre las dos adminis­traciones municipale entre las que hay medio siglo de distan­cIa.
Hay algo más grave todavía: Rosendo se siente ario; se cree portador de genes superiores, por eso ha ido ampliando su espacio vital: primero capataz del GIS, luego dueño de un rancho de hortalizas, donde la paz bucólica lo transformó en un megalómano que se convirtió en presidente municipal y después, siempre en busca de su espacio vital, se ha transformado en aventurero político, en un pirata empresarial en busca del poder.
Casi desde su llegada a la presidencia municipal, el pueblo motejó al alcalde como el Hitler de Saltillo. Su enorme parecido con el amo del tercer Reich y su conducta fascista fueron las pautas que guiaron a los cardenistas hacia esta conclusión.
Sin embargo, el culpable de este apodo es Rosendo mismo, pues desde que se calzó las botas de alcalde perdió la dimensión de la realidad, abandonando el reducto democrá­tico para invadir el territorio donde la vileza y la abyección se levantan como banderas de tirano.
La locura política condujo a Rosendo al rompimiento con los miembros distinguidos del partido que lo llevó al poder; su falta de escrúpulos lo hizo despreciar los valores de la fuerza y el vigor de los panistas que lo ayudaron a ganar los comicios
de 1990. .
Con, una torpe y burda concepción del ario hitleriano, Rosendo piensa que los panistas viejos no son más que seres ignorantes y atrasados al marginados de los principales puestos de dirección dentro de la estructura administrativa
del Ayuntamiento y del Partido Acción Nacional. Con lo anterior, el rico empresario saltillense, aventurero de la política, se convirtió en un malagradecido, que después de trasponer los umbrales de la imploración política se erigió en cacique de un partido al que llegó como arribista.
Ególatra en grado superlativo, para cambiar la imagen de explotador que arrastró durante 48 años, en la de un redentor social, Rosendo gastó como candidato 500 millones de pesos y durante su primer año como presidente municipal pagó a los medios de comunicación impresos y electrónicos alrededor de 6 mil millones de pesos. El rescate de su personalidad estaba en marcha, las promesas de rescatar a Saltillo queda­ban en el olvido. Rosendo paladeaba las mieles del poder. Toda la vida, la esquizofrenia y la paranoia, que padece lo
han hecho sentirse perseguido. Además, tiene en una altísima estima su existencia. Su instinto enfermizo de conservación política lo llevó durante mayo de 1991 a ordenar la compra de un sofisticado equipo de espionaje para protegerse de sus
enemiigos imaginarios y cuando la sociedad saltillense se dio
cuenta de que el alcalde usaba los métodos de la temible GESTAPO (Geheime Status Polizei, cito de memoria), con perversidad y sadismo, Rosendo echó la culpa a su antiguo director prensa.
Seis meses después de su arribo al poder, Rosendo luchaba en muchos frentes. Por aquel entonces, sólo se escuchaba el eco de su llanto convulsivo y se advertía el pataleo político mediante el que Rosendo clamaba y reclamaba, acusaba, advertía y retaba a sus enemigos imaginarios. Se sentía el único ser humano convocado por Dios para rescatar a Salti­llo; mientras tanto, procedía de manera rabiosa contra el pueblo, pues para junio de 1991, más de 6 mil saltillenses habían pisado los campos de concentración rosendianos.
La hipocresía de Rosendo le ha permitido ser un excelente candidato, pero un pésimo gobernante. Por estos días, el pueblo de Saltillo lo ve saludando a sus coetéaneos, haciendo alarde de sensibilidad social y con una actitud vociferante. En este caso la memoria de Rosendo es muy endeble. Pronto se olvidó de que metió en la cárcel a más de 50 mil saltillenses en 30 meses de gobierno municipal.
Un detalle que revela la enfermedad mental de Rosendo Villarreal, es su inclinación al gozo frente al sufrimiento ajeno. El alcalde tiene en su equipo de trabajo, personal, cuya consigna es filmarle las redadas más brutales. Rosendo disfruta del dolor ajeno. Es sádico. Coahuila peligra.
Penetrar en el subterráneo de la mente enferma de Rosendo Villarreal llena de terror. Hijo de un exalcalde represivo y rabioso, terrateniente y grillo, lo más seguro es que Rosendo haya crecido con un sentimiento enfermizo de pertenencia. Ve a la gente de barriada con desprecio, porque tal vez, cuando niño concibió a su solar nativo como un paraíso y ahora en el umbral de la vejez, ve cómo el pueblo ha invadido las tierras que alguna vez concibió como de su propiedad.
Con todo lo anterior, Rosendo se convierte en la caricatura histérica de un político.

III
De rescatistas a ladrones



En julio de 1990, Juan Francisco Guerrero J iménez se puso al margen de la ley por un supuesto fraude de 5 mil 800 millones de pesos; el escándalo que hicieron los priístas lavando la ropa sucia en público fue el factor que aprovechó Rosendo para fustigar con el epíteto de corruptos a los políticos oficiales y de esta manera, se ganó parte de la simpatía de las clases media y alta. Por esas mismas fechas, la contadora del Programa Tierra y Esperanza, Joaquina Montes Valdés fue apresada bajo la acusación de complicidad y a pesar de los muchos indicios de su inocencia, fue confina­da en la cárcel por unos días. En enero de 1991, El ex-alcalde Eleazar Galindo Vara fue apresado también y durante varios meses purgó condena en el CERESO local, acusado de un fraude de alrededor de un mil millones de pesos que fue reduciéndose poco a poco hasta quedar en una cantidad manejable.
Con Rosendo Villarreal Dávila, el saqueo a las arcas públicas fue revestido de legalidad; en la historia de Saltillo no hay punto de comparación que permita medir la rapiña con la que se condujo el alcalde panista y el grupo de piratas

empresariales que lo acompañan en su aventura política y de pillaje contra el tesoro público.
Durante 36 meses (tres años), 15 regidores, la mayoría de extracción panista, 11 directores de primera línea, un tesore­ro, un secretario del Ayuntamiento y el alcalde, se llevarán diez mil millones de pesos. Rosendo solo, se llevará el equivalente a un mil millones de pesos viejos.
Este es el mejor trabajo que han tenido en su vida Rosendo VilIarreal Dávila y las trece personas que lo acompañan, pues Conrado García Jamín, ex-jefe de prensa del Ayuntamiento de Saltillo, deja entrever en su libro que antes de ser alcalde, Rosendo pasaba por serios apuros económicos para mante­ner en operación su rancho de hortalizas Santa María.
No sólo el alcalde con licencia apuraba por aquellos tiem­pos la hiel de la falta de liquidez, pues personas cercanas al tesorero municipal José Manuel Garza Ortiz de Montellano dicen que éste también se encontraba en serios apuros econó­micos por su inclinación al juego y por el tren de vida que no habían logrado satisfacer sus negocios de venta de antenas parabólicas, taquerías y el comercio de tinacos de plástico. Para cuando José Manuel se inició como político aliado de Rosendo Villarreal Dávila, sus negocios estaban en quiebra.
Los regidores panistas que sirvieron a Rosendo como comparsa para mayoritear a la oposición en la toma de decisiones, son sujetos de extracción muy popular que encon­traron en su nuevo empleo la satisfacción a muchas necesida­des que durante toda la vida no habían podido solucionar. La
parte panista del cabildo saltillense se dedicaba a la venta de
tacos, muebles y paletas. Ninguno de los integrantes del Ayuntamiento acusa una formación académica que de haber existido, les hubiese serVido para conducirse con más sensi­bilidad política. La mayoría, incluyendo a Rosendo Villarreal padecen de analfabetismo funcional y comparten su inclina­ción a la libre empresa y a la explotación del prójimo en función directa de su poder económico.
Lo anterior es digno de análisis por su gravedad. La forma en que Rosendo y su gente saquean las arcas de la Presiden­cia Municipal desmoraliza a los votantes, porque todavía muchos recordamos los baños de pureza que se daba la pandilla que encabeza el alcalde con licencia. Todos hablaban del rescate integral de nuestra ciudad, de su espíritu de servicio hacia la comunidad. Se mostraban como santones que lucharían contra la demagogia y la corrupción y lo único que hicieron fue legalizar el latrocinio, el robo, porque, de qué otra forma se le puede llamar al hecho de que a la vuelta de tres años se lleven 10 mil millones de pesos viejos, o diez millones de pesos nuevos.
Para los trabajadores municipales es insultante, pues 600 burócratas ganarán; todos juntos 14 mil millones de viejos pesos, mientras sólo 29 bucaneros, (15 regidores, 11 directo­res, un tesorero, un secretario del ayuntamiento y el alcalde) se llevarán 10 mil millones. Visto de esta forma, el asunto cala y calará en los momentos en que los saltillenses depositen su voto. Al menos los priístas que los antecedieron en el poder fueron cínicos, hacían gala de ligereza y si se robaron o no el dinero, es cuestión que aquí no se trata, porque el trabajo está enfocado a la forma en que los panistas se las ingeniaron para dejar atrás sus tiempos de estrechez económica, desde Ro­sendo hasta el más modesto de los regidores.
Diez mil millones de pesos equivalen a todo el dinero que
por concepto de verificación vehicular pudo haber captado el Ayuntamiento de Saltillo en los años 1992 y 1993, o visto de otra manera, el botín de los panistas corresponde a los ingresos que tendrá el municipio por concepto de cobro catastral durante el presente año.
Cuando el lector llegue a esta parte (si es que llega) se habrá dado cuenta de que el alcalde con licencia Rosendo Villarreal Dávila fue un hipócrita, un oportunista que llegó al poder para saciar sus ansias enfermizas de poder y para ayudar a sus amigos y compadres con la nada despreciable suma de 9 mil millones de pesos viejos.
Cómo es posible que para pagar a 28 personas, la tesorería municipal egrese mensualmente más de 250 millones de pesos y para cubrir los salarios de alrededor de 600 burócratas erogue alrededor de 350 millones de pesos. El abismo en percepciones es insalvable sin la divina providencia, pues desde 1992, el alcalde gana casi 30 veces más que un trabajador municipal, el tesorero más de 20 veces, cada director por lo menos percibe 15 salarios de trabajador municipal y cada uno de los regidores alrededor de 14 veces.
No es posible que entre 28 personas se lleven el equivalente a lo que se llevan 437 trabajadores modestos del municipio.

El saqueo documentado en este apartado, hace que los latrocinios priístas parezcan cosa de chiquillos, pero también nos sirven para pensar silogísticamente que el robo es uno de los objetivos que Rosendo ViIlarreal persigue al buscar afanosamente la gubernatura. Si en 3 años, en un ayunta­miento con 100 mil millones de viejos pesos de presupuesto anual, el alcalde y sus funcionarios robaron 10 mil millones de pesos, ¿Cuánto no robarían si resultan electos por el voto popular?

IV
De tal padre... tal alcalde
(Historia política de Ricardo Villarreal García)


El 23 de diciembre de 1941, Ricardo Villarreal García tomaba posesión como presidente municipal de Saltillo. Aquella mañana, el cabildeo desembocaba en asonada política. La capital del Estado tenía apenas 50 mil habitantes y desde el1 de diciembre estrenaba como gobernador a Benecio López Padilla.
Los últimos meses del gobierno de Pedro V. Rodríguez Triana habían sido difíciles. Calificado como comunista, muchas veces tuvo que vencer los obstáculos que colocaban a su paso
los terratenientes que a la sazón vivían en Saltillo. Durante el otoño, los conflictos llegaron a su clímax. El15 de noviembre, Rodríguez Triana solicitaba licencia y Gabriel R. Cerver. asumía la gubernatura de manera provisional. Detrás de todo estaba la mano de Benecio Lóprz Padilla.
El remolino político cimbraba también la estructura de gobierno municipal. El 15 de noviembre renunciába a la
presidencia Tomás Algaba Gómez dejando en su lugar al
regidor Manuel López Guitrón. Todavía faltaba más de u año para que el período constitucional llegara a su fin en el gobierno de la ciudad.
El período de gobierno de Tomás Algaba Gómez había sido caótico. La administración se encontraba endeudada y como consecuencia, los servicios eran deficientes. Excelente se mostraba el caldo de cultivo para la grilla de la época.
Desde su asunción al poder, el general Benecio López Padilla desapareció los poderes municipales. Los dueños de la tierra y el comercio respiraban por aquellos días la tensión que flotaba en el ambiente. En las casas de los ricos se cabildeaha. Comenzábase a mencionar el nombre de Ricardo Villarreal García. La debilidad de los gobernantes municipa­les era evidente y Manuel López Guitrón tenía contados sus días como presidente municipal interino.
La víspera de la Nochebuena del año 41, Ricardo VilIarreal García protestaba como presidente municipal impuesto por Benecio López Padilla.
Las fiestas navideñas de aquel año fueron dulces para el cuarentón Ricardo Villarreal García. En la Nochebuena había dado gracias al Señor. Tenía cinco hijos y esperaba el sexto.
Cuando Ricardo Villarreal García asumió el poder municipal se encontró con una ciudad en la que campeaba la pobreza extrema. Por aquellos años la industria era escasa; la agricultura de autoconsumo y la aparcería eran las principales fuentes de empleo sumadas a pequeñas fábricas de calzado y hojalatería. El consumo de proteínas era ínfimo. En 1942, la producción de carne de res no rebasó los 430 mil kilogramos; sin embargo, lo anterior no quitaría el sueño ni siquiera una noche al padre de Rosendo Villarreal. La situación económi­ca no lo desvelaría un solo minuto. Sus obsesiones eran otras y las heredaría a su sexto vástago que medio siglo después se convirtiría en el presidente municipal más odiado y cuestiona­do de todos los que ha tenido Saltillo.
Ricardo VilIarreal García fue un alcalde represivo que como Rosendo Alfredo, gobernó para la élite saltillense. Desde su toma de protesta, acordó con los regidores de su cabildo "aumentar el salario de los policías hasta en dos pesos diarios, porque aunque este aumento significa Una carga para el erario, será ampliamente compensada con la calidad de los servidores..." (sic)
Lógicamente, el aumento en los haberes policiacos rindió frutos, pues sólo durante 1942, 12 mil 340 saltillenses fueron confinados en las sucias bartolinas de la cárcel municipal. Con lo anterior, Ricardo Villarreal García se convirtió en un alcalde represivo que encarceló a uno de cada cuatro saltillen­ses.
Ea el acta número dos del 23 de diciembre de 1941, Ricardo ViIlarreal García demostraba su voracidad económica al ordenar a la Comisión de Hacienda "hacer efectivos los cobros" mientras le negaba a la Asociación Femenil Coahuilense una cooperación de 50 pesos, "porque no se sabe el estado de las finanzas municipales".
Es muy fácil colegir que la mentalidad de Ricardo Villarreal
García se enmarca en la ideología de los fascistas mexicanos. Es más, es muy posible que haya militado en las filas sinar­quistas. El 26 de marzo de 1942, el alcalde acordaba impedir a los comerciantes ambulantes que se ganaran la vida:
"OCURSO que suscriben Tomás Flores, Julio Rodríguez y varios comerciantes establecidos en las calles circunvecinas del mercado Juárez pidiendo que se prohiba el estacionamien­to de vehículos con carga de fruta cuando se dediquen a la venta al menudeo en las calles Venustiano Carranza, Acuña, Allende y Padre Flores...ACUERDO: En virtud de que la solicitud anterior se funda en razones de orden público y garantía de los legítimos intereses de los comerciantes esta­blecidos, se comunica al Tesorero municipal el acuerdo de que se prohiba el estacionamiento mencionado en las calles señaladas por conducto de los señores inspectores del comer­cio, y hágase extensivo este acuerdo al Departamento de Tránsito y a la Comandancia de Policía para que obren conjun­tamente en su cumplimiento..."
Fiero con los pobres, consecuente con los ricos y sumiso ante los gobernantes, así fue el gobierno de Ricardo Villarreal García.
Las mujeres de cascos ligeros, las que deambulan más allá de la media noche, las regenteadoras y en general, todas las mujeres que no pertenecen a la clase social de los varones Villarreal son putas. Así lo afirmó la administración rosendia­na desde el principio. Lo mocho nadie se los quita.
EI2 de enero de 1942 Ricardo VilIarreal estrenaba, su menta­lidad conservadora al recibir un escrito firmado por varios vecinos de la calle Múzquiz en el que se quejaban de dos casas de "asignación", regenteadas por Rosa Domínguez y Severa
Ojeda. En este caso el edil acordó: "que se les aplique la cuota más alta por concepto de expendio de licores y baile..." (sic). Medio siglo después su hijo Rosendo Alfredo haría lo mismo al amenazar con meter en la cárcel a todas las mujeres que anduvieran en la calle más allá de la medianoche.
El primer golpe publicitario a su favor, lo dio Ricardo Villarreal García durante los primeros días del año 42 infor­mando a los contribuyentes -despreciaba a la masa- el estado que guardaban las finanzas de la administración municipal a su cargo. En ese entonces denunció una deuda de $78,822.06. Ante un déficit de la magnitud señalada, en los tiempos en que el salario mínimo era de un peso diario, para Ricardo Villa­rreal García era urgente hacerse de recursos frescos.
Administrador ingénito, su firma revela que al menos pisó los claustros de las academias comerciales de aquella época, lo primero que hizo, fue contabilizar los activos de la Presi­dencia Municipal. Al darse cuenta de que ascendían a poco más de 150 mil pesos, de inmediato aumentó el número de agentes fiscales y los dotó de ayudantes.
Furiosos, los esbirros del alcalde, se daban a la tarea de recaudar impuesto tras impuesto. Durante 1942 iniciaron 3,152 juicios, practicaron 167 embargos, en su mayoría sobre las rentas de las fincas de los causantes morosos. Los eficientes cobradores de Ricardo Villarreal concluyeron, durante
1942, 1363 juicios y no pudieron hacer efectivos 1,779 porque su tiempo se terminó. Aunque no se practicó ningún remate, por concepto de rentas embargadas, la administra­ción de Villarreal García lograría recaudar 6 mil 339 pesos con 95 centavos.
Las coincidencias entre padre e hijo llenan de pavor al mejor plantado. Rosendo parece más un clón político que un ser independiente. Durante 1942, Ricardo Villarreal ingresó en las arcas municipales $609,943.53 y de esa cantidad, el 2.6 por ciento correspondió a multas, equivalentes a $16,289.50. Cuando Rosendo fungió como alcalde en 1991, ingresaron en la caja cinco (Delegación de Policía y Tránsito Municipal), 2 mil 500 millones de viejos pesos, equivalentes al 2.5 por ciento de los ingresos de esta época.
La familia Villarreal ha transformado en dinero el desprecio que siente por los pobres.
Cuando Rosendo Villarreal Dávila andaba en campaña política en 1990, declaraba a los cuatro vientos que sin agua, nuestra ciudad no crecería. Durante su único informe de gobierno, Ricardo Villarreal García decía: "la autoridad muni­cipal, conociendo el estado lamentable en que se encuentran los sistemas de abastecimiento de agua y saneamiento de esta ciudad, desde el principio de su administración inició el estudio sobre la forma en que debería procederse para realizar el proyecto tantas veces aplazado o abandonado, de dotar a la ciudad de un servicio moderno, completo y eficiente".
Para superar su obsesión Ricardo Villarreal "acudió al apoyo y orientación del C. Gobernador Constitucional del Estado, a quien se le expuso la gravedad del problema y la idea de prestarle la debida atención en forma seria y definitiva; dicho alto funcionario mostró desde luego el mayor interés y así fue cómo gracias a su valiosa influencia, se logró que la citada institución -Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, S.A- se hiciera cargo del estudio y proyec­to" .
En 1942, Ricardo Villarreal García se quejaba de que en la red de agua sólo penetraban 89 litros por segundo y que la ciudad requería por lo menos 190 litros por segundo. Pasa­ron 50 años y no se arregló el problema; sin embargo, la familia López del Bosque se enriqueció en una ciudad sin agua y Rosendo Villarreal Dávila fue usufructuario directo de esta situación, aunque medio siglo después que su padre, también enarboló la bandera de que la falta de agua es una limitante para su crecimiento económico.
Aunque padre e hijo se quejaron con llanto gimoteante de la contaminación de arroyos y atarjeas, la realidad es que poco hicieron por resolver el problema, todo se quedó en estudios y proyectos.
Explotador de linaje saltillense, Ricardo Villarreal García nunca se preocupó por la pobreza extrema en la que se debatía la clase marginal de aquel período. Por el contrario, lejos de mostrar alguna pizca de sensibilidad social, durante la lectura de su informe se quejaba de un mil pesos que tuvo que invertir en el panteón municipal.
En 1942 murieron en Saltillo 1,099 personas de las que sólo 18 encontraron un lugar decoroso en el camposanto, pues 1,081 fueron enterradas en la fosa común.
Lo anterior denota que el tiempo de Ricardo Villarreal al frente de la comuna saltillense fue gris, pues lo dos médicos municipales, más que a curar, se dedicaban a cobrar por la expedición de dictámenes a los lesionados y a practicar el examen de manejo a los mil 600 conductores que existían en la ciudad. La salud de la población no era asunto del alcalde.
Aunque los documentos consultados no brindan los moti­vos más comunes por los que morían los saltillenses, es seguro que el grado de morbilidad era directamente propor­cional a la falta de proteínas. Durante el año en que fungió como alcalde impuesto Villarreal García, sólo se sacrificaron 5 mil reses.
A sus 93 años de edad, Ricardo Villarreal García nunca pensó aquel 1 de enero de 1943, al entregar a su sucesor el poder municipal, que su discurso serviría para dejar constan­cia de la ligereza de su familia. En la primera página del documento, reconoce que fue presidente municipal a través del cabildeo que desembocó en asonada política:
"...cuando por circunstancias que los Supremos Poderes del Estado consideraron suficientes, se suspendió de sus funciones a los componentes del Ayuntamiento que fungió hasta aquel entonces..."
Al menos abiertamente, el padre de Rosendo no pertenecía al Partido de la Revolución Mexicana; no obstante, por esta vía sació sus ansias de poder y desde ahí organizó la parodia de elecciones de las que surgió su sucesor Ignacio Cepeda Dávila.
El 1 de enero de 1943, Ricardo Villarreal García se presentaba por última vez como funcionario público. en la parte final de su informe aparece un dato importante que seguramente hará que Rosendo contraiga sus vísceras: "(...) no he de terminar este informe, sin antes dedicar, con todo respeto y sinceridad, nuestro leal agradecimiento al C. Gobernador Constitucional del Estado, Sr. Gral. de División Dn. Benecio López Padilla y a todos sus principales colaboradores, por el hecho de habernos prestado siempre su mejor consejo y su más preciada colaboración..."

Ricardo Villarreal García tuvo que informar que sólo dejó en caja la cantidad de 51.34 pesos y una administración municipal endeudada.
Medio siglo después, como un clón político, Rosendo Alfredo ViIlarreal Dávila, el Hitler de SaItillo, pretende hacer lo mismo: saquear el tesoro público endeudando por muchos años al Ayuntamiento de Saltillo.

V
Rosendo Villarreal el homicida


La mañana del 11 de octubre de 1990 una llovizna fina caía sobre Saltillo. Con su mirada torva puesta en el horizonte, Rosendo Villarreal Berlanga se aferraba al volante de su Ford pick up último modelo. Corría a gran velocidad por la calzada Emilio Carranza; iba de sur a norte. Los limpiabrisas puestos en alta borraban las gotas de agua mientras el motor rugía. Apenas se había volado el rojo en Lerdo de Tejada y ya se encontraba encima de una Datsun que a la altura de Alvarez había dado la vuelta en "U". El impacto fue mortal. Entre los hierros retorcidos agonizaba el repartidor de tortillas Ramón García Jiménez. Su esposa y compañera de trabajo, al escuchar el choque brutal salió de la tortillería sólo para ser testigo de la muerte de su marido.
Soltando una imprecación, Rosendo Villarreal Berlanga bajó de la camioneta y huyó dejando abandonada a su víctima. Nadie sabe cómo, pero pocos minutos después ya se encon­traba el entonces candidato a la alcaldía saltillense Rosendo Villarreal Dávila haciéndose cargo de la situación. De inmediato se comunicó por radio a su casa de campaña y ordenó que sus abogados promovieran amparo ante la justicia
federal a favor de su hijo. El levantamiento del parte del accidente estuvo a cargo de agentes de tránsito al mando de Pedro Manuel Cámara Díaz. En ese tiempo Mario Eulalio Gutiérrez ocupaba el puesto que desde julio había dejado vacante Eleazar Galindo Vara.
Poco después, ante la Agencia del Ministerio Público para Asuntos Viales, Rosendo VilIarreal Berlanga depositaba una fianza de 2 millones de pesos; luego declararía a sus conve­niencias sobre la forma en que se presentó el accidente. El parte policiaco y la declaración del homicida misteriosamente desaparecieron de los archivos de la Delegación de Policía y de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Si es que no han sido destruidos, se guardan con hermetismo total, pues Rosendo ViIlarreal Dávila no quiere que su vástago arrastre para siempre el estigma de homicida.
De acuerdo con la ley, el hijo del candidato a gobernador por el PAN, debió ser detenido porque abandonó a su víctima. Muy pocos saben los motivos, pero muchos dedu­cen por qué Rosendo Villarreal Berlanga no compareció ante un juez penal por el delito de homicidio imprudencia!.
Desde el momento en que el tortillero Ramón García Jiménez perdió la vida, su viuda y cinco hijos quedaron en el desamparo económico. Este fue el primer delito que cometió un miembro de la familia Villarreal en su búsqueda del poder.
EI12 de octubre, fue también un día lluvioso. Antes de que el cuerpo de Ramón García Jiménez fuera conducido al camposanto, Rosendo Villarreal Dávila llegaba hasta la capilla ardiente de Funerales Sagrado Corazón a presentar sus con­dolencias a los familiares del difunto.
­Como se encontraba en campaña política, se le hizo muy fácil prometer un equipo de tortillería con la intención de reparar a medias el daño causado por su hijo.
Ramón García Jiménez bajó a su tumba en medio del llanto de sus familiares y Rosendo regresó a su campaña política a ofrecerse como "rescatista" de Saltillo.
Cuando el féretro que contiene los restos mortales de Ramón García Jiménez bajaba a su lecho terrenal, su viuda Francisca Tellez se sumergía en un estado de abatimiento. Las cosas no habían sido muy buenas para el matrimonio García Tellez. Bordeados apenas los 30 ya habían procreado cinco hijos; sus bienes se componían de menaje proletario y una casa de lnfonavit en el fraccionamiento Morelos. El matrimonio trabajaba para llevar el sustento a su prole, en la tortillería que durante 1990, funcionaba unos cuantos metros al norte de la calle Alvarez, por la calzada Emilio Carranza.
Mientras el otoño deshojaba los árboles, Francisca Tellez iba superando su dolor. El destino le había jugado una mala pasada. De pronto, una mañana fría de noviembre se encon­traba frente a los "Rosendos". Padre e hijo estaban frente a ella. Rosendo alcalde electo y su retoño asesino la miraban fríamente. Estaban en una oficina de la ladrillería Saltillo, allá por Isidro López Zertuche y Luis Echeverría. Francisca había acudido a la cita acompañada por hermanos y cuñados. Las mujeres vestían de riguroso luto y en los rostros de los hombres se advertía un rictus de amargura que se acentuaba más al sentir sobre ellos la mirada fiera de los "Rosendos". No hubo café ni palabras amables, tan sólo un cheque de 4 millones de pesos para que, mientras se conseguía la maqui­naria para hacer tortillas, la familia Garía Tellez la fuera pasando.
Francisca Tellez se dio cuenta desde los primeros momen­tos de que los "Rosendos" no cumplirían la promesa de instalarle una tortillería. Los meses le dieron la razón. Al despuntar enero de 1991 se dirigió a la oficina del alcalde Rosendo Villarreal Dávila, pero éste, con su nueva investidu­ra, la envió con Rosendo Villarreal Berlanga a las oficinas que tienen en la colonia República. En ese lugar, el homicida de su esposo le dijo que le hiciera como quisiera, que al fin él no había tenido la culpa.
Con los 4 millones de pesos, Francisca montó una micro­tienda de abarrotes en la sala de su casa, pero para julio de 1991, el negocio iba en picada. Su situación económica avanzaba de mal en peor. Cada día el hijo del ahora candidato panista a la gubernatura se cerraba más, al negarse ya casi totalmente a cumplir su promesa de instalar a Francisca y sus hijos la maquinaria prometida.
Por aquellos meses, Rosendo Villarreal Dávila se corría el fin de su luna de miel con los medios de información impresos. El15 de julio de 1991, un semanario sacó a la luz pública el caso de Francisca. El reportaje, firmado por el autor del presente texto, se cabeceó: ...para el hijo del alcalde..."Una justicia a su medida".
El trabajo aludido tuvo la virtud de hacer que los "Rosendos" montaran en cólera. El alcalde se comunicó con un alto funcionario priísta para acusarlo de haber pagado la publica­ción del reportaje con el objeto de perjudicar a su partido en época electoral. Rosendo hijo se dirigió a Francisca para regañarla y decirle que de esa manera, menos iba a obtener la maquinaria. La mujer se asustó ante las ameflazas del horticultor.
El asunto siguió manejándose periodísticamente aunque con magros resultados para Francisca, quien tuvo que refu­giarse con los cardenistas ante las amenazas del hijo de Rosendo Villarreal Dávila.
Las hojas del calendario caían mientras la situación de Francisca tomaba el cauce de la desesperación. A mediados de 1992, recurrió de nuevo ante el homicida de su esposo. Uno. poquito ablandado por: la descobijada periodística, Rosendo Villarreal Berlanga le replanteó la situación: no le regalaría la maquinaria, pero sería el aval ante ADMIC para que le prestaran 30 millones de pesos.
La última vez que visité a Francisca la encontré sudorosa y con las manos llenas de masa. Gran parte de su vivienda la ocupa hoy la maquinaria para hacer tortillas, pues angustiada por la manutención de sus hijos tuvo que hipotecar su casa para obtener un crédito de 30 millones de pesos, aunque tendrá que pagar 48.
A la fecha, Francisca debe cuatro documentos atrasados. Después de la muerte de su esposo, está a punto también de perder su hogar. Mientras tanto, Rosendo Villarreal Dávila busca gobernar Coahuila y según Luis Rico Samaniego, dirigente estatal del PAN, en tres meses, el candidato panista gastará 3 mil millones de viejos pesos, 3 millones de los nuevos...

VI

Los pobres, las víctimas de Rosendo Villarreal Dávila
El negocio de la represión


Durante 23 años, Rosendo Villarreal Dávila fue empleado de la familia López del Bosque. Cuentan los obreros que tuvieron la desgracia de ganarse el pan de cada día aliado de este sujeto ayuno de bondad, que su personalidad oscilaba entre la obsesión enfermiza de la calidad y el desprecio hacia los trabajadores.
Al tomar el mando de la administración municipal, Rosendo aplicó el mismo esquema. El desprecio que sentía por los trabajadores encontraba la oportunidad de expandirse hacia sus hijos. El arrabal sería su víctima. El odio enfermizo que siente hacia la ineficiencia proletaria encontraba cauce en una policía municipal analfabeta y sin conciencia de clase.
Durante su administración que por desgracia todavía no
tennina, más de 50 mil saltillenses han ido a parar a las pestilentes bartolinas de la cárcel municipal, habilitadas como campos de concentración rosendianos. El objetivo, igual que en el Tercer Reich de Adolfo Hider, es el dinero. Cínico y sádico, Rosendo ha encontrado una veta extraordinaria en los bolsillos de la gente pobre. Tan sólo durante 1991, 12,367
saltillenses fueron encarcelados. Al terminar los primeros
doce meses de su administración, Rosendo ya había superado el récord establecido por su pade Ricardo Villarreal García, quien en 1942, como presidente municipal impuesto por Benecio López Padilla encarceló a 12,340 ciudadanos. La furia con la que Rosendo ha tratado al pueblo, sólo encuentra punto de comparación en la conducta enfermiza con la que su padre gobernó a los pobres del Saltillo de los años 40.
Durante la administración de Rosendo, muchas voces se han levantado para protestar contra la furia de la policía municipal. Las quejas se han estrellado en el muro de sus conceptos hitlerianos. Su personalidad esquizoide y con mil dobleces siempre ha encontrado la forma de justificarse. La administración que preside Rosendo ha estado teñida de sangre. Sus policías se han enfrentado a decenas de deman­das de ciudadanos que han buscado justicia. Cuando esto ha sucedido, Rosendo ha agachado la cabeza como burdégano, pero ésto ha sido sólo por días. Al paso de las horas, Villarreal Dávila retoma su actitud cínicamente mesiánica y asume de nuevo la pose judía de la víctima, y además, ayuda a los gorilas a su mando a salir de apuros.
En 1991, Rosendo VilIarreal Dávila obtuvo por concepto de multas de policía la cantidad nada despreciable de 2 mil 500 millones de viejos pesos. Este dinero fue arrancado de los bolsillos de los marginados violando el artículo 22 de la Constitución General de la República que establece que a los jornaleros y trabajadores no se les debe aplicar multas superio­res a la cantidad en que se encuentre el salario mínimo. Rosendo nunca ha respetado el precepto constitucional. El rescatista se considera por encima de la ley.
En el segundo informe, rendido ante el cabildo en diciembre
de 1992, Rosendo se cuidó de no mencionar el número de saltillenses encarcelados ni la cantidad obtenida por ese concepto.
La rabia contra el pueblo con la que ha procedido la administración rosendiana se puede resumir de la siguiente manera: en 1990, al término del período de Mario Eúlalio Gutiérrez Talamás, por concepto de multas de policía se recaudaban alrededor de un millón de viejos pesos diarios (365 al año); para diciembre de 1991 (primer año de RVD), la recaudación había aumentado siete veces, de tal manera que para esas fechas, el ayuntamiento recibía 2 mil 500 millones de viejos pesos. En ese entonces, alrededor de 400 policías reprimían en el arrabal mientras vigilaban, sumisos, las colonias de las clases media alta y alta.
En el año 92, la cantidad que se recibía por concepto de multas de policía había ascendido a 15 millones de viejos pesos al día, suficientes para el pago total a los 400 gorilas y el mantenimiento de las unidades que reprimían a los morado­res de los barrios marginados. Rosendo había mejorado su instrumento de represión. Por esos días, de alcalde rescatista, se había convertido en el alcalde policía. El pueblo clamaba justicia. En la delegación de policía y tránsito, a diario, largas filas de quejosos se entrevistaban con los jueces calificadores sin encontrar respuesta ni respaldo.
Para mediados de 1993, el ayuntamiento declaraba que la recaudación en la caja cinco, por concepto de multas por infracciones a los reglamentos de policía y buen gobierno habían alcanzado ya la cifra de 20 mil nuevos pesos (20 millones de pesos viejos). Con esta cantidad se consolidaba la autosuficiencia del aparato represivo del Hitler de Saltillo.
A diario, cientos de personas, provenientes del proletariado y de la clase media baja, hacían fila para pagar sus infraccio­nes. Los convenios sucios, signados en los sótanos de la conveniencia, entre el Ayuntamiento de Saltillo y Grúas Galindo dejaban al gobierno municipal enormes cantidades de dinero. Durante los últimos meses, los saltillenses veíamos que los gruyeros tenían un enorme trabajo, pero también podíamos advertir que los vehículos remolcados nunca coin­cidían con los último modelo, siempre las víctimas de la fiereza de Rosendo y sus furibundos gorilas, han sido la gente pobre que conduce vehículos chatarra.
Pero, la vileza de la conducta de Rosendo no termina en la forma furiosa en que ha recaudado el dinero, sino en la manera en que se han comportado los gorilas bien pagados que sirven como aparato represivo a Chendo el Mocho, pues mientras abusan del pueblo, no vigilan sus colonias y cuando lo hacen, marchan en convoy y de manera cobarde suben a las perreras a jóvenes y menores de edad que matan el tiempo en las esquinas ante la falta de espacios deportivos, recreativos y culturales.
Es ocioso en estas páginas hacer una relación de hechos que harían palidecer a cualquier tirano de Sudamérica. La con­ducta de Rosendo en materia policiaca sólo se puede calificar de enfermiza y por lo menos hay 50 mil testigos de la forma brutal en que ha actuado el cuerpo policiaco municipal.
Sin embargo, con el cinismo empresarial que lo caracteriza, hoy se olvida de que ha afectado económica y moralmente a por lo menos 50 mil familias saltillenses y se lanza en pos de la gubernatura.
A diario, cientos de personas, provenientes del proletariado y de la clase media baja, hacían fila para pagar sus infraccio­nes. Los convenios sucios, signados en los sótanos de la conveniencia, entre el Ayuntamiento de Saltillo y Grúas Galindo dejaban al gobierno municipal enormes cantidades de dinero. Durante los últimos meses, los saltillenses veíamos que los gruyeros tenían un enorme trabajo, pero también podíamos advertir que los vehículos remolcados nunca coin­cidían con los último modelo, siempre las víctimas de la fiereza de Rosendo y sus furibundos gorilas, han sido la gente pobre que conduce vehículos chatarra.
Pero, la vileza de la conducta de Rosendo no termina en la forma furiosa en que ha recaudado el dinero, sino en la manera en que se han comportado los gorilas bien pagados que sirven como aparato represivo a Chendo el Mocho, pues mientras abusan del pueblo, no vigilan sus colonias y cuando lo haccen, marchan en convoy y de manera cobarde suben a las perreras a jóvenes y menores de edad que matan el tiempo en las esquinas ante la falta de espacios deportivos, recreativos y culturales.
Es ocioso en estas páginas hacer una relación de hechos que harían palidecer a cualquier tirano de Sudamérica. La con­ducta de Rosendo en materia policiaca sólo se puede calificar de enfermiza y por lo menos hay 50 mil testigos de la forma brutal en que ha actuado el cuerpo policiaco municipal.
Sin embargo, con el cinismo empresarial que lo caracteriza, hoy se olvida de que ha afectado económica y moralmente a por lo menos 50 mil familias saltillenses y se lanza en pos de la guhernatura. Su desverguenza no tiene límites...

VII
El sadismo del alcalde
Crónica de una redada antihomosexuales

A las 9 de la noche de uno de los primeros días de junio de 1993, se cortaba la borrachera de un operador de cámara de video y un fotógrafo, que se encontraban en el bar Caballero comentando los incidentes de los últimos días. De pronto, a través del aparato de radio llegaba hasta ellos la voz con tono imperativo de Félix Re9jas, director de Comunicación Social del Ayuntamiento de Saltillo. El portador del aparato se puso de pie y salió de la cantina. Su compañero lo siguió. En la banqueta escucharon:
- Alerta todos... habrá operativo anti-homosexuales, concén­trense en la oficina en 15 minutos...
- Enterados y cambio... .
Poco después un Dodge blanco se desplazaba con rumbo a la Presidencia Municipal; mientras tanto tres patrullas se estacionaban en Coss y Purcell. Los 15 elementos, provistos de un sofisticado equipo anti-motines esperaban las. instruc­ciones de Julio Coronado, el Subdelegado de Policía.
Para cuando el fotógrafo y su compañero llegaron a la oficina de prensa, ya se encontraban en ese lugar Eduardo Murguía, Félix Reojas y Julio Coronado.
Los tres consentidos del alcalde bromeaban. Coronado les contaba con el gozo reflejado en su rostro la forma en que maltrata a los pandilleros y Murguía recibía bromas sobre la adquisición de su última suburban, gracias todo a la existencia de Chendo Villarreal.
El tono de la conversación varió, Julio Coronado tomó la palabra con gesto solemne:
- Lo que quiere el ingeniero (Rosendo) es que no haya jotos en las cantinas ni trabajando en los congales de la zona...
ahorita les vamos a partir la madre...
En la banqueta del edificio de la presidenéia municipal se
tomaban las últimas decisiones. Los gorilas abordardaban las tres unidades policiacas y emprendían el camino rumbo a la zona de tolerancia. Los seguía un dodge blanco y una suburban. Las ondas hertzianas rebotaban en el interior de los cinco vehículos. Las instrucciones se cruzaban mientras el convoy se desplazaba lentamente. Los relojes todavía no marcaban las 11 de aquella noche primaveral.
Con las torretas encendidas el convoy policiaco comenzaba el ascenso. Poco a poco las luces de las cantinas de la Enramada se acercaban; al llegar, patrullas y vehículos oficiales encon­traron la puerta abierta. Ya se habían comunicado por radio.
Minutos después, Julio Coronado se enfrentaba a un homo­sexual:
- Hijo de la chingada, te vuelvo a ver con las uñas pintadas y con maquillaje y te voy a partir la madre.
La estatura de Coronado impone respeto y su gesto fiero de ex-porro industrial produce miedo. Así lo miraban los
sodomitas que aquella noche habían llegado a trabajar y a divertirse trabajando, vestidos de mujer y con abundante maquillaje.
El subdelegado de policía manoteaba al insultar a los homosexuales:
- Oficial, tráeme al dueño del congal de jotos y ustedes -decía a los sodomos- se me van a chingar a su madre y no vuelvan aquí vestidos de mujer porque los vamos a encerrar...
Cuando el joto, dueño de la cantina de homosexuales estuvo frente a Julio Coronado recibió una serie de insultos y amenazas, que provocaron malestar hasta en quienes en ese momento acompañaban al jefe policiaco. Sin embargo, esto era apenas el principio de aquella redada de homosexuales de tipo fascista, ordenada por Rosendo VilIarreal Dávila antes de irse a la campaña política en busca de...¡Dios nos libre!... la gubematura del Estado.
Los gorilas no habían tenido oportunidad de entrar en acción. Su avidez natural de sangre los mantenía inquietos. Julio Coronado ordenaba por radio desde la comodidad de la suburban, que se dirigieran al centro de la ciudad.
Al llegar al cruce de Pérez Treviño y Xicoténcatl, frente un bar proletario, los 15 gorilas al mando de Coronado, se bajaron con gesto amenazador; los seguía el equipo de apoyo que comandaba Félix Reojas. De cada uno de los atropellos se tomaron fotografías para alimentar el sadismo de Rosendo Villarreal Dávila. Ahí detuvieron a cinco homosexuales. el convoy siguió su curso por Xicoténcatl hasta Lerdo, de ahí siguieron por Acuña hasta el Bar Taurino de donde a empe­llones sacaron a tres sodomitas más. La cacería fascista era encarnizada.
Luego se dirigieron a la cantina La Pantera Rosa. Para estos momentos, ya se había unido al convoy Carlos del Bosque de la Peña, jefe de alcoholes de la Presidencia Municipal y funcionario conocido por su capacidad de extorsión y su mezquinidad como ser humano.
En la barra del bar se encontraban dos homosexuales vestidos con decencia masculina y uno de los ayudantes de Carlos del Bosque de la Peña, homosexual reprimido, les dijo a los gorilas chendianos:
- Ellos también son jotos, súbanlos...
Los gorilas de Rosendo Villarreal Dávila de inmediato apresaron a los sodomitas y los encerraron en las perreras municipales.
A bordo de la suburban, los tres funcionarios consentidos de Rosendo reían:
- Pinches jotos, que chinga les estamos parando...
Los empleados de Rosendo se divertían. Su odio enfermizo hacia este grupo marginal encontró abrevadero en el bar Madrid. En ese lugar, los policías, por orden de Julio Coronado sacaron a empellones a cuatro mujeres y las subieron en una de las patrullas. Ahí mismo, el subdelegado de policía tuvo la oportunidad de vengarse de un hombre
fortachón apodado el Negro. Al verlo como parroquiano, Julio Coronado ordenó a sus esbirros:
- Suban también a ese cabrón...
En medio de su estado de ebriedad, el Negro colocó sus manazas en el marco de la puerta de una de las "perreras" y para obligado a subir, los policías lo golpeaban sin piedad en los costados. Julio Coronado reía a carcajadas y le decía: "cabrón, algún día te tenía que chingar". Eduardo Murgu!a
y Félix Reojas hacían coro a las carcajadas deljefe policiaco.
Esa noche, los "Camisas negras" de Rosendo Villarreal sembraba odio mientras agitaban los vientos del rencor social. Para saciar el sadismo de Rosendo, los funcionarios municipales tomaban fotografías y archivaban los hechos en videogramas. Después del bar Madrid, el operativo anti­homosexuales que a estas alturas se había transformado ya en una verdadera orgía en la que se atentaba contra los derechos humanos y la dignidad de los saltillenses, enfiló por presidente Cárdenas, dobló hacia el norte por Xicoténcatl hasta tomar Francisco Coss. Las prostitutas, los homosexuales y los borrachos golpeaban las paredes de lámina de las patrullas, en tanto, el convoy doblaba hacia el norte por Venustiano Carranza para colocarse en el bulevar Valdés Sánchez.
Las ondas de radio rebotaban en las cabinas de los vehícu­los. En el interior de la lujosa suburban se tomaba la decisión de llevar el operativo hasta la Vaca Pinta con el objetivo de capturar homosexales...menores de edad...¡sádicos!
Simultáneamente a la llegada del convoy policiaco, llega­ban dos parejas a bordo de una Suburban; en esos mismos momentos, un coche con toldo descapotable pasaba a toda velocidad frente a los policías de Rosendo Villarreal Dávila. Al descender del vehículo, el conductor ayudó a bajar a su novia, mientras de la parte posterior descendían sus acompa­ñantes. Llegando a la puerta de la "disco", el dueño de la Suburban con su celular en la diestra les dijo a los policías que a quienes deberían detener, era a los conductores del vehículo que había pasado momentos antes haciendo escándalo. La observación de aquel saltillense vestido impecablemente, desató la furia de Julio Coronado quien de inmediato ordenó
a sus gorilas:
- A ese cabrón enciérrenlo.
Con la prisa que el jefe ordenaba, los policías lo detuvieron. Los compañeros de juerga miraban atónitos la escena; sin embargo, el detenido logró entregar a su amigo el teléfono celular y las llaves de su vehículo.
La noche había sido generosa en cuanto al material filmado que tenían que llevar a Rosendo para alimentar su sadismo. Las escenas contenían todo lo que un sujeto esquizoide como Villarreal Dávila puede necesitar para mantener su precario equilibrio mental. Poco después el convoy seguía su marcha, ahora de manera errática. De pronto, a través de los aparatos de radio, Julio Coronado, Félix Reojas y Eduardo Murguía se
dieron cuenta de que la Suburban del detenido los seguía.
Julio Coronado dio instrucciones a sus esbirros:
- Déjenlo que siga... en el operativo antialcohol del Seguro dos lo agarramos.
Desde hacía unos momentos, el convoy llevaba una Subur­ban más. Al llegar al lugar que el subdelegado de policía les indicó, los encargados del operativo, ya tenían instrucciones de detener al conductor.
Primero pasaron las tres patrullas y después iba el vehículo con las personas que pretendían rescatar a su amigo. Cuando le tocó el turno de paso a la Suburban incrustada, los policías le preguntaron por qué seguía a las patrullas, a lo que el amigo del preso les contestó, con términos correctos, que lo único que quería era saber a dónde llevaban a su compañero, para pagar la multa. En medio de la discusión, los policías lo bajaron a golpes del vehículo y lo subieron en otra de las "perreras", para que siguiera en el convoy, nomás que ahora,
detenido. Mientras tanto, las mujeres permanecían asustadas en el asiento delantero del vehículo, cuando un chota chapa­rro y moreno les dijo
- Ustedes, muevan su pinche vehículo, si no, también les damos pa' dentro... rápido, hijas de su pinche madre. .
Desde la Suburban de Eduardo Mrguía los funcionarios
municipales gozaban del espectáculo. Ahora, Félix Reojas filmaba las escenas para saciar la perversidad de Rosendo mientras su ayudante se dedicaba a tomar fotografías.
El resultado de aquella sádica incursión en la vida nocturna de homosexuales, borrachos y prostitutas fue un elevado número de ciudadanos detenidos sin motivo alguno, porque todos fueron sacados de bares, cantinas y centros de diver­sión, que para funcionar, tienen que contar con el permiso del Ayuntamiento.
Después de esto, el Ayuntamiento enfrentó dos demandas, una de la discoteca la Vaca Pinta y otra del centro de baile "RPM", porque los policías no respetaron la privacidadde los lugares. Además, los detenidos de la Suburban también presentaron demanda ante la agencia del Ministerio Público.
Ultimamente, para darse ánimos en su campaña de gober­nador, Rosendo robó estos videogramasdel Ayuntamiento de Saltillo para alimentar su sadismo, pues es un ser enfermo que recupera su energía mental disfrutando del sufrimiento ajeno.

VIII
Rosendo Vs. Samperio
La competencia por el odio


La noche de transición entre enero y febrero de 1992 Rosendo Villarreal Oávila encabezó una manifestación en­frente de la residencia del gobernador del Estado; el alcalde estaba acompañado por la élite furibunda de la dirigencia local del Partido Acción Nacional; todavía Rosendo lidereaba de manera natural al grupo que lo llevó al poder. El frío invernal no lograba contraer los vasos sanguíneos que pinta­ban de rojo sus mejillas mientras sus belfos se apretaban en un rictus de fiereza. Los ojos de Rosendo brillaban de modo diabólico en medio de la noche cerrada en tanto lanzaba maldiciones contra las autoridades estatales. Al siguiente día, el escándalo: Rosendo había organizado el plantón para exigir a Elíseo Mendoza Berrueto que anulara una orden de aprehensión girada contra Carlos Samperio Mellado.
En el instrumento de tiranía activado por Rosendo Villa­rreal Dávila, Carlos Samperio Mellado es prototipo del funcionario. que de manera absoluta desprecia los derechos más elemeótales de los saltillenses. La complicidad entre Rosendo Villarreal y Samperio Mellado nació cuando ambos
eran alfiles en el rabioso proceso de explotación a que el Grupo Industrial Saltillo somete a los trabajadores de la capital coahuilense. Los primeros encargos de Samperio Mellado se orientaron hacia el hostigamiento de los comer­ciantes ambulantes que al inicio de la administración se negaban a la reubicación. Impune en cada uno de sus actos, el compadre del alcalde fue subiendo el tono de su conducta; durante meses, los periódicos señalaron los abusos en los que incurría Samperio Mellado; no obstante las denuncias, Ro­senda mantenía en su puesto a su compadre. Los vínculos que los unen son despreciables y abyectos, pero su mutua lealtad es "sublime" en la invertida escala axiológica que ambos manejan. El romance amistoso entre Rosendo y Carlos fue evidente aquel último de enero del 92.
Para febrero de 1992, los saltillenses comenzaban a cues­tionar de manera sistemática la conducta de un alcalde, que presumía de haber llegado al poder bajo la bandera de la ley, para respetar los derechos de los ciudadanos. El caso de Samperio Mellado, sólo fue la mano que descobijó la escoria que bajo el manto del bien común se arropa en la presidencia municipal.
Aquella noche de transición entre enero y febrero del año pasado, Rosendo Villarreal se olvidaba de que su compadre Samperio Mellado había tenido la culpa y que la orden de aprehensión girada por un juez tenía bases jurídicas porque en octubre de 1991, Samperio Mellado insultó a una mujer regiomontana y usurpando funciones, la detuvo arbitraria­mente.
Cuando todavía no llegaba a su fin el primer año de administración rosendiana, María Isabel González, originaria de Monterrey conducía su vehículo por el bulevar Venustia­no Carranza. Por la prisa que en esos momentos la embargaba se pasó un alto. Detrás de su automóvil circulaba Samperio Mellado quien al advertir la infracción en la que incurría la dama, la detuvo ostentándose como jefe de policía y tránsito municipal. En medio de un rosario de insultos, Carlos Samperio Mellado mandó traer la grúa y envió la señora con su vehículo a la Delegación de Policía y Tránsito Municipal.
En la cárcel de Rosendo, la cordura se impuso y Ricardo Coss Mireles, por una vez en su vida fue justo y dejó en libertad a María Isabel González; sin embargo, las cosas, para desgracia del compadre de Villarreal Dávila, no quedaron ahí, pues la mujer afectada interpuso una demanda contra Sampe­rio Mellado por usurpación de funciones y abuso de autori­dad. El asunto comenzó a ventilarse en los periódicos de la localidad y el inconsciente colectivo empezó a hacerlo suyo. Por aquellos días, en el ágora saltillense se custionaba por segunda vez la inmoralidad del alcalde. Ahora como protec­tor de alcahuetes.
En muy poco tiempo, Carlos Samperio Mellado se convir­tió en el funcionario más odiado después de Rosendo Villa­creal; su prepotencia sólo encontraba parangón con la del presidente municipal y su furia contra los vendedores ambu­lantes llegó a transformarse en legendaria entre los integran­tes de la economía subterránea.
Entre las víctimas de Samperio Mellado se encuentran los miembros de la familia Burciaga que desde hace mucho alquilan caballos de la raza pony en la alameda Zaragoza. Al comienzo de la administración, que por fortuna ya agoniza, el viejo luchador panista y su familia fueron acosados por el compa­dre de Rosendo. Samperio y los Burciaga tuvieron que librar muchas batallas, pero al final, los últimos resultaron triunfa­dores. En menos de un año, Carlos Samperio estableció pleito con muchos saltillenses. Su truculencia no tenía aparentemente límites hasta que María Isabel González ende­rezó querella legal contra él.
Pocos días antes de que Rosendo encabezara la manifesta­ción en el umbral de la residencia oficial del gobierno del Estado, Carlos Samperio Mellado fue abordado por elemen­tos de la policía judicial. Para entonces el compadre de Rosendo Villarreal andaba amparado. Esto le permitió salir airoso del primer intento de detención.
El alcalde estaba al tanto de lo que pudiera pasarle a su compadre y aquel 25 de enero de 1992, luego de que Samperio Mellado fue conducido a la Procuraduría General de Justicia del Estado para comprobar la autenticidad del amparo que ostentaba, fue dejado en libertad a los pocos minutos, pero, más tardó Carlos Samperio en salir de esa dependencia que Rosendo en llegar, acompañado de algunos de sus colaboradores a reclamarle al Procurador por haber detenido al funcionario municipal.
Con la detención de Carlos Samperio Mellado, el Procura­dor de Justicia Raúl Felipe Garza Serna y Rosendo Villarreal Dávila pintaron su raya. En el futuro, su relación sería meramente protocolaria; este hecho demostraba el carácter caprichoso, las decisiones viscerales y la falta de oficio político del alcalde.
Chendo el Mocho, el Serpico de la política (según él) mostraba su flanco débil y su imagen adquiría los contornos de un ser mezquino. La falsedad de la conducta del edil era ya del dominio público.
Días antes de que su compadre fuera detenido, Rosendo había hecho esfuerzos metapolíticos para tratar de que el gobernador anulara la orden de aprehensión. Esfuerzos vanos. Eliseo dijo no y Rosendo decidió hacer un plantón frente a la residencia oficial del ejecutivo.
De nada sirvió el plantón de Rosendo y su grupo, pues el 11 de febrero, Carlos Samperio fue declarado culpable por un juez penal por los delitos de injurias y ejercicio indebido de funciones públicas. La maquinaria oficial estaba en marcha. Samperio Mellado ingresó en el penal por unos minutos y tuvo que pagar una fianza de mil 500 nuevos pesos y como cualquier delincuente, el ex-capataz del Grupo Industrial Saltillo fue comprometido por un juez a firmar cada viernes el libro de presente.
La ficha penal de Carlos Alejandro Samperio Mellado es la 185-14789... una de cal por otra de arena: Rosendo salvó a su hijo homicida de que lo ficharan penalmente, pero no logró salvar a su dilectísimo compadre...

IX
El gran robo de Rosendo
La verificación vehicular

Durante sus primeros 30 meses de gobierno, Rosendo demostró que es un sujeto obsesivo y dueño indiscutible de una terquedad de burdégano; todos sabemos que Saltillo no padece un alto grado de contaminación; sin embargo, durante los primeros meses de 1992, la administración chendiana implantó un impuesto ecológico arbitrario, estúpido y capri­choso.
Durante ese tiempo, el gravamen era exigido de manera rabiosa. En los cuatro puntos cardinales de Saltillo había retenes policiacos. Los saltillenses vivíamos en medio de la zozobra y la incertidumbre porque no sabíamos en qué momento los gorilas de Rosendo nos detendrían. Cientos de vehículos, sobre todo los que dan servicio a la gente del arrabal eran detenidos y sus propietarios multados. Por aquellos días, nuestra ciudad funcionaba bajo estado de sitio.
El fascismo de Rosendo Villarreal Dávila estaba en marcha. La voracidad de Rosendo y sus furibundos seguidores parecía no tener límites. Eran implacables. El sadismo del alcalde era ya insultante. Cada día las garantías constitucio­nales eran violadas de manera flagrante. Las protestas de los saltillenses se estrellaban en los conceptos mesiánicos de Chendo el Mocho. De las comisuras de los belfos policiacos escurría la baba sádica de seres despreciables adiestrados para reprimir. Las grúas no se daban abasto y un río de dinero desembocaba en la caja cinco de la Delegación de Policía y Tránsito. Era tiempo de represión y de corrupción.
La imbecilidad de Félix Reojas colocó la soga en el pescue­zo de Rosendo. El 10 de agosto de 1992, la administración municipal fascista emitió el siguiente comunicado:
"La .Presidencia Municipal recabó cerca de 650 millones de pesos por concepto de Verificación Vehicular, los cuales serán aplicados en tareas de tipo ecológico que permitan reducir la contaminación ambiental.
"Luego de que venció el plazo de la Verificación Vehicular correspondiente al primer semestre del año, se sometieron al programa 52,500 unidades de un padrón de 80 mil automó­viles.
"Con los recursos captados a través de este programa, la Dirección de Ecología Municipal emprenderá trabajos ten­dientes a controlar y reducir la contaminación ambiental y asíevitar los problemas que caracterizan a las ciudades que tienen un gran desarrollo industrial.
La suma recabada se aplicará en la rehabilitación de los arroyos que cruzan la ciudad y que son focos de alta conta­minación..." (sic).
Obviamente, el boletín informativo mentía, o al menos no informaba de manera completa y honesta, porque al multipli­car 52,500 vehículos por 25 mil pesos, la cifra que se obtiene es la de 1,312 millones de pesos viejos.
La información emitida por Félix Reojas era dolosa porque trataba de ocultar que la compañía verificadora York se hábía llevado 662 millones de viejos pesos, poco más de la mitad del dinero aportado por los saltillenses para satisfacer la rapiña de Rosendo Villarreal y apuntalar todo el desprecio que siente por ella población.
Los datos que salieron de la dirección de prensa del Ayuntamiento, se publicaron en la mayoría de los medios de comunicación y fueron difundidos por los lectores de noticias de las estaciones de radio. Aparte del autor del presente texto, ninguno de los reporteros recolectores de información oficial cuestionaron la veracidad de los hechos consignados en el boletín.
El 11 de agosto, el silencio de la culpa se olía en los pasillos de la presidencia municipal. Ante las preguntas, el nerviosis­mo se agudizaba en las direcciones de Ecología e Ingresos, mientras el tesorero municipal se negaba a dar cuenta del paradero de los 662 millones de pesos que no aparecieron en el reporte del día anterior.
Rodrigo González González, un biologuete que por deci­sión de Rosendo el Mocho ocupaba la dirección de Ecología, prácticamente echó al redactor de su oficina y después lo calumnió. Eduardo Murguía Canales, director de ingresos y sobrino de Chendo no abrió los labios y Félix Reojas amenazó al reportero con meterlo en la cárcel por andarlos llamando ladrones en un comentario político que tenía en la escuchada estación de radio XEAJ La Revolución. );;
Por esos días circulaba el rumor de queChendo el Mocho entregó 1a concesión y el botín municipal a la compañía York porque ésta pertenece a uno de sus sobrinos, que habita en el Distrito Federal. Con la desvergüenza que lo caracteriza, el alcalde siempre negó lo anterior.
Los días siguientes, el caso de corrupción disfrazada de legal en que incurría Rosendo y la compañía York hizo que disminuyera el flujo de vehículos que acudía a la verificación. De manera pacífica el pueblo se rebelaba, mientras la rabia se apoderaba del espíritu religioso del alcalde. La regeneración de los arroyos era un argumento demasiado abstracto y mucho el dinero que en 90 días se había llevado la empresa regenteada por un pariente de Villarreal Dávila. De entre el fango en el que ya nadaba la administración fascista emergía el rostro repulsivo de la corrupción y el nepotismo.
El supuesto objetivo de regenerar ecológicamente los arro­yos se transformaba en la praxis en un mecanismo sucio de expoliación hacia los saltillenses. El autor del presente texto fue el primero en denunciar las irregularidades en la verifica­ción vehicular (XEAJ del 10 de agosto al 30 de septiembre y El Periódico de Saltillo en su edición del 15 de agosto de 1992). Poco después, comenzaron a retomar el caso hasta que York vendía calcomanías de verificación sin llevar a cabo el proceso.
No obstante los señalamiento de corrupción que pública­mente se hacían a la administración totalitaria de Rosendo, el proceso de verificación seguía su marcha. Para los últimos días de agosto de 1992, todavía faltaban por verificar alrededor de 30 mil vehículos del primer semestre. Los dueños tendrían que pagar la cantidad de 55 mil pesos (25 mil por verificación y 30 mil por multa). Por este concepto se recaudaron 1,650 millones de pesos viejos, de los que se entregaron a York 825.
Cuando los rescatistas de Saltillo terminaron de verificar los automóviles en el período del 1 de enero al 30 de junio de 1992, los saltillenses habían erogado 2,962 millones de pesos viejos de los que sólo la mitad ingresaron en el tesoro municipal. Por esos días los habitantes de Saltillo eran expoliados con sadismo por un hombre que ofreció el respeto a la dignidad humana, pero que ya en el poder, ha sido sádico y cínico. Al finalizar el año de referencia, los saltillenses habían erogado casi 6 mil millones de pesos viejos. Mientras tanto, en la regeneración de los arroyos no se nota que se hayan aplicado 3 mil millones de pesos viejos. El resto, por supuesto, pasó a manos de la empresa York, o tal vez en estos momentos, el uso de este dinero se esté canalizando a la campaña de Rosendo Villarreal Dávila. La verificación vehicular fue otro de los casos en los que los abusos de Rosendo Villarreal tomaron el rumbo del sadismo con el que se ha conducido el ahora candidato a gobernador del Estado; por eso se ha ganado el repudio del pueblo de Saltillo. Pobres de los coahuilenses que voten por Rosendo Villarreal, estarán cavando la tumba de su libertad.

X
Fuego en todos los frentes
Las derrotas de Rosendo

El 3 de agosto de 1993, la terquedad de burdégano de Rosendo Villarreal se estrelló contra la concha política de Higinio González Calderón. Ese día, la locura de Rosendo rebasó los parámetros de la tolerancia. Alrededor del medio­día llegó hasta el Congreso del Estado para pedirle a Higinio que renunciara a la diputación local que ostenta porque "está haciendo mal a Saltillo" y además, porque los diputados no habían autorizado el crédito de cinco millones de dólares con el que Rosendo pretende hacer en 90 días lo que no hizo en tres años.
Por esas fechas Rosendo era alcalde con licencia y candida­to a gobernador del Estado, por lo tanto no tenía razón para exigir, ni la renuncia de Higinio ni la agilización de los trámites legales para la autorización del préstamo ofrecido por el Banco Mundial. Una vez más, la conducta esquizoide de Rosendo se evidenciaba, pues ahora, luego de que en medio siglo le importó madres la situación de los saltillenses, argumentaba el estado deplorable de la ciudad que no ha podido rescatar. Pero sólo a un vesiánico se le puede ocurrir pedir le a otro que abandone su patria chica. Sólo a un desequilibrado mental, a un tirano o a un empresario explo­tador como Rosendo Villarreal se le ocurren estas cosas. Nadie puede decir a su vecino que se largue nada más porque le cae mal. Esta es una prueba de cómo sería Villarreal Dávila como gobernador: un dictador ante el que la conducta de los tiranos de Sudamérica palidecerían. Rojo por la ira, aquella tarde Rosendo abandonó la sede del Congreso. Al subir al Aguafiestas sus belfos se encontraban contraidos.
Pocos meses antes, cuando aún era alcalde de Saltillo (para desgracia de los saltillenses), la sociedad civil le había acomo­dado otro revés. Durante meses, Chendo el Mocho se la pasó pataleando para que se cerrara la red de gas domiciliario. En este caso, también la paranoia de Rosendo fue el detonante del conflicto. Su locura lo llevaba a ver explosiones en todo el centro de la ciudad. Aunque la empresa británica, contra­tada por la compañía gasera recomendaba sólo la reparación parcial, no el cierre, Rosendo se montó en su macho mandan­do desplegados a los periódicos, espots a la radio y mensajes televisivos anunciando el cierre del negocio gasero. Atras de todo estaba el odio enorme que devora las entrañas del alcalde con licencia. Sus conflictos siempre los ha querido transformar en gestas sociales. Finalmente, la sociedad civil triunfó y los ductos de gas siguen transportando este produc­to hasta los hogares de miles de saltillenses.
El rencor del pueblo era ya incontenible. A mediados de marzo de 1993, pocos meses antes de que Rosendo iniciara su loca intentona de ser gobernador, se presentó en la inaugura­ción de la temporada de beisbol en el parque Francisco I. Madero. En el momento de pronunciar el discurso,, los aficionados al rey de los deportes le brindaron una rechifla cuyo tono era capaz de desmoralizarr al líder más honrado. A Chendo sólo le amargó por unas horas el carácter. Un día después de haber recibido el desprecio popular, se presentó en su acostumbrada comparecencia ante el canal de televisión local. En la pantalla chica el rostro del todavía alcalde en funciones se advertía demacrado. Al pronunciar las palabras se notaba que la boca no contaba con líquido lubricante y en su mirada se podía adivinar el odio hacia los ciudadanos. Por supuesto, en el canal televisivo en ningún momento se hizo alusión a la rechifla.

Las vacaciones que se corrió Rosendo en diciembre de 1992, le sirvieron para buscar otra forma de chingarse al pueblo de Saltillo. Al despuntar enero de 1993, el alcalde salió con que los saltillenses '"de bien", por cariño a su ciudad tenían que pagar un "bimestre extra" del impuesto catastral; según el alcalde, este dinero sería utilizado para la introducción del drenaje pluvial. Lo anterior, sumado al aumento en el gravamen, hizo que en los cuatro puntos cardinalesde nuestra ciudad naciera la inconformidad. Severas críticas recibía la autoridad municipal, pero ni la intervención del Congreso del Estado pudo hacer que el terco edil diera marcha atrás al cobro. Alegaba que la ciudad requería de este dinero para iniciar el drenaje pluvial. Hasta la fecha, ningún saltillense sabe en dónde ha quedado este dinero, pues los estados de cuenta están cifrados: nadie sabe a ciencia cierta en qué se gasta el dinero de los contribuyentes, ni siquiera los diputados.
Tal vez ningún grupo quedó al margen de la furia edilicia. Una mañana sóleada, Rosendo, en mangas de camisa, se encontraba repartiendo calcomanías y volantes en los que
todavía se puede leer:DI NO AVANGUARDIA Y EXTRA POR M'ENTIROSOS. En esos momentos, el alcalde con licencia se olvidaba de la máxima cristiana de "el que esté exento de culpa...". Antes de esto había agredido a todos los reporteros citadinos al llamarlos CORRUPTOS. Sí, pa'Chendo, todos los reporteros son corruptos, menos, ob­viamente, los que están a su servicio y cobran en la Tesorería del municipio. Para desgracia de la tropa reporteril, Rosendo ha ido directo a los hechos. Durante 30 meses de gobierno, por lo menos una docena de reporteros fueron a parar a las
bartolinas pestilentes de lacárcel municipal; esto ha servido para que los comunicadores, con y sin el epíteto de corruptos, sientan en carne propia la vesania del empresario metido a falso redentor social.

Las agresiones a los reporteros han rendido sus frutos, pues muchos de ellos odian todo lo que huela a rosendismo y han asumido una actitud de solidaridad con las víctimas del Ayuntamiento dando cuenta de la mayor parte de los hechos de corrupción en que normalmente incurren los "camisas negras" que comanda el alcalde. Esta es otra de las derrotas que ha recibido el rosendismo saltillense, pues nos guste o no, el dueño de Vanguardia y Extra sigue vendiendo periódicos y los reporteros continúan haciendo su trabajo. Todo, al margen de los gustos del tirano.
En la salud mental tan endeble de que goza Rosendo Villarreal Dávila, el factor Navarro Montenegro, es un ele­mento de desequilibrio. En octubre y noviembre de 1992, desde la presidencia municipal, por órdenes del alcalde se diseñó una campaña de desprestigio contra el líder estatal de los cardenistas. La perversidad y el sadismo fueron los ingredientes principales. En plazoletas, supermercados, paradas de autobuses y oficinas públicas comenzaron a circular hojas volantes en las que se infamaba a Navarro Montenegro. La bajeza de que hacía gala el edil panista ponía los pelos de punta a sus enemigos, pues por aquel entonces los espías pagados por el municipio, llevaban cuenta y razón de cada uno de los pecados en que incurría medio Saltillo. Para destruir la imagen de Navarro Montenegro, el alcalde no se detuvo ante nada. Pagó desplegados en los que acusaba al líder popular de todos los delitos que contienen los códigos mexicanos. La locura de Rosendo una vez más rebasaba los límites de la decencia y de la civilidad políticas. En las columnas de algunos diarios se llegó a rumorear que la Iniciativa Privada de Saltillo pediría a la Secretaría de Gober­nación el destierro de Navarro Montenegro. El fantasma del totalitarismo recorría Saltillo. El capricho de Rosendo y sus amigos finalmente se estrelló contra el muro de cordura de las autoridades federales y estatales.
Rosendo apenas se había calzado los zapatos de presidente municipal cuando empezó a asumir una actitud beligerante.
Por aquel entonces se había aprobado el ISN (Impuesto sobre nóminas) y las fauces del alcalde de Saltillo ya se orientaban hacia allá, en un intento voraz por hacer de este impuesto un gravamen regional. '
Este es uno de los primeros pleitos que perdió al querer regionalizar el Impuesto sobre nóminas en función directa del número de habitantes con que cuentan los municipios de Saltillo, Arteaga y Ramos Arizpe. Por aquellos días, la voz pastosa y titubeante del alcalde surgía de su ronco pecho para reclamar parte del dinero que le corresponde a los ramosariz­penses. Rosendo alegaba que muchos trabajadores de las plantas industriales enclavadas en Ramos Arizpe viven en Saltillo y por tanto él necesitaba ese dinero para arreglar las colonias en que viven los obreros de General Motors y Chrysler.
Para enfrentar la postura beligerante de Rosendo, sólo se aplicó la ley.
En el texto anterior ha quedado clara la necedad y la locura de un alcalde con licencia, dueño de una personalidad esqui­zoide y paranoica que quiere ser gobernador para tiranizar a los coahuilenses, porque con Saltillo no completó para saciar el sadismo que lo ahoga.

XI
Rosendo se disfraza de demócrata
(En el halloween de 1992)

El 22 de octubre de 1992, mientras en nuestra ciudad se agudizaban los atropellos policiacos y los saltillenses éramos sometidos a un proceso de expoliación rabioso, Rosendo Villarreal Dávila intentaba lavar su consciencia en las aguas de la demagogia y la simulación, al convocar a cuatro foros en los que se analizaría el fenómeno de la democracia.
Si estos eventos no hubiesen tenido su origen en la conve­niencia futurista del alcalde con licencia, habrían sido dignos de elogio; sin embargo, cada uno de los pasos que Rosendo dio como alcalde, se orientaban hacia la gubematura del Estado. Además, aparte de unos cuantos asistentes de motu proprio, en cada uno de los actos, el auditorio estuvo lleno gracias a la capacidad de acarreo que desarrollaron los colaboradores del empresario que gobernó a Saltillo.
El moderador del primer foro "Democracia ya" fue Rosen­do Villarreal Dávila, un sujeto que antes del 10 de agosto de 1990, se dedicaba a coordinar la explotación de los obreros de esta ciudad y durante el transcurso de su campaña política todavía pronunciaba "suidadanos".
Obviamente, la sorpresa fue Rosendo, un hombre que padece un alto grado de analfabetismo funcional, un ciudada­no del mundo empresarial al que poco le interesaban los eventos culturales, pero que gracias a su oportunismo, el jueves 22 de octubre de 1992 se colocó al lado de intelectua­les de la talla de José Agustín Ortiz Pincheti y Jorge Alcocer Villanueva, aunque como ponentes estuvieron también Rogelio Sada Zambrano, Jesús González Schmall y Reyna Pineda González.
Estas son las sorpresas que da la vida. Durante sus primeros 48 años, 14 días y unas cuantas horas de edad, Rosendo se dedicó a buscar las mejores formas de explota­ción humana, pero de pronto, a los 50 años y 56 días, el ingenioso alcalde licenciado cambió su indumentaria de empleado del capital por la de un gimoteante ciudadano que se desgarraba, por la democracia, las vestiduras de su nuevo disfraz.
La organización de estos foros fue la alegoría de la impo­tencia intelectual de Rosendo Villarreal Dávila; pero también fue el grito angustioso de un hombre enfermo de poder que en mucho se parece a sus policías municipales, que desde la trinchera de su ignorancia agreden físicamente y violan los derechos de los saltillenses pobres.
El foro "Democracia ya" celebrado el 22 de octubre, fue el crisol en el que se fundieron las frustraciones de Rogelio Sada Zambrano, alcalde de San Pedro Garza García, Nuevo León, Reyna Pineda, catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y Jesús González Schmall, un burócrata de la política que hace días abjuró del Partido Acción Nacional. Ellos usaron la tribuna para compartir la hiel que los consume; pero también fue la oportunidad de observar la lucha que libraron dos grandes del intelecto nacional: José Agustín Ortiz Pinchetti y Jorge Alcocer Villanueva.
En medio del estupor de Rosendo Villarreal Dávila que actuaba como moderador del evento, Jorge Alcocer Villa­nueva sostuvo la tesis de que México debe avanzar hacia la democracia de manera gradual, contra la opinión de Ortiz Pinchetti y los panistas, cuya teoría gira en torno de que el pueblo está preparado ya, para elegir a sus gobernantes.
Como moderador de este tipo de eventos, el alcalde salti­llense se reveló como un intelectual en pañales, pues desco­nocedor del discurso de los invitados, en muchas ocasiones cercenó la pasión de los conferenciantes, al obligarlos de manera dictatorial a que se sujetaran al tiempo establecido.
La actitud tiránica de Rosendo ViIlarreal Dávila tuvo su clímax en el apartado de participación del público, pues dividió arbitrariamente a la concurrencia en tres partes, de acuerdo con el número de columnas que sostienen el techo del recinto y concedió la palabra a sólo tres personas de cada grupo.
El último de los nueve agraciados por el dedo edilicio fue Javier Livas, un panista regiomontano, hijo de gobernador priísta, autor del libro "Confesiones de un ingeniero electoral". El participante se erigió en legislador al proponer a Rosendo Villarreal la modificación del artículo 115 de la Constitución General de la República. Esta aberración sólo puede tener su origen en un grupo sin conciencia de la realidad y enfermo de poder, pues no estaban en ningún
recinto legislativo.

Los minutos cercanos a las 22 horas de ese 22 de octubre de 1992 fueron de angustia para Rosendo Villarreal Dávila.

Cuando terminó de hablar Javier Uvas, la concurrencia panista vio con estupefacción cómo se levantaba el dedo de Yolanda Campos pidiendo la oportunidad de hablar. Para ese entonces, el enfrentamiento entre Rosendo y Yolanda, era ya frontal. Con el rostro contorsionado por la ira y, por la posibilidad de que la regidora rebelde exhibiera los alcaldes­cos deslices antidemocráticos, el moderador le dijo que se había acordado que sólo nueve personas hicieran uso de la palabra. Finalmente Yolanda perdió la oportunidad de exhi­bir ante los intelectuales la farsa a la que habían sido invitados. Sus conceptos fueron vagos y poco a poco se diluyeron a la vez que el rostro del alcalde regresaba a la normalidad y los colores le bajaban...sólo flotaba en el ambiente la mirada de odio que Rosendo le dirigía a la regidora Yolanda Campos López.
Así terminó el primer foro en el que Rosendo ensayó su mecenazgo intelectual, la farsa en medio de la realidad cruel en la que los policías municipales continúan golpeando, extorsionando y causando muertes a los ciudadanos.
Los foros fueron pagados con el dinero de los saltillenses y sólo sirvieron para que en la fiesta de Halloween, Rosendo se disfrazara de demócrata.

XII
"Si Rosendo es tan chingón... nomás que escoja el terreno"

Sedientos, en penumbra, sin drenaje, sin pavimento y con las esperanzas rotas, los habitantes de la colonia "Los buitres" sienten hoy más que nunca el acoso de Rosendo VilIarreal. El pleito entre la familia del alealde saltillense y los humildes posesionarios comenzó el 23 de septiembre de 1984. Ese día decenas de familias con jirones de colchas, láminas negras, clavos oxidados y morillos empezaron a levantar tejabanes en la zona aledaña a la casa en la que vio la primera luz Rosendo Villarreal Dávila.
Por aquella época Rosendo se desempeñaba como fiel representante de los intereses del Grupo Industrial Saltillo presidiendo la Unión de Organismos Empresariales. Desde esa posición, el actual alcalde saltillense movió sus influen­cias. Carlos de la Peña Ramos mejor conocido como "El cabal" desde la presidencia ordenó que decenas de patrullas obligaran a los invasores a desalojar los terrenos. La necesi­dad pudo más y los colonos se defendieron mientras Rosendo montaba en santa cólera: ¡no es posible -decía a sus íntimos­ que estos mugrosos se conviertan en vecinos de mi padre!
El acoso siguió. Durante la administración de Eleazar Galindo Vará la policía intentó nuevamente desalojar a los moradores de "Los buitres" con los mismos resultados.
Mientras esto pasaba el liderazgo de Prudencia Santana se duluía, dando cauce al surgimiento de Laura Robledo como dirigente de una considerable fracción de los colonos que para defenderse del hostigamiento de Rosendo, decidieron adherirse al Partido de la Revolución Democrática.
A casi siete años (nueve ahora) del inicio de la lucha, los habitantes de "Los buitres" se sienten capaces todavía de enfrentar la furia de Rosendo Villarreal, que ahora desde la alcaldía ha recrudecido sus embates. Desde hace por lo menos dos meses, a diario, 20 patrullas los hostigan. Los policías del alcalde los han amenazado con que si colocan un ladrillo más los echarán en la cárcel. No obstante lo anterior, los moradores de este sector permanecen firmes y organiza­dos. Sólo así han logrado resistir las embestidas del rico empresario citadino que no quiere a los pobres alrededor de su mansión, que se yergue majestuosa, con jardínes enormes y alberca, mientras a su lado se levantan, anémicos y tristes los humildes tejabanes de los pobres de Saltillo.
La vida en "Los buitres" transcurre en medio de la margi­nación. Sin agua ni drenaje, sólo queda el coraje de vivir. Las chozas lucen tristes, construidas con láminas negras, morillos y jirones de colchas viejas; dentro, el aire huele a hastío de mujer que batalla para dar de comer a la numerosa prole.
El sábado, día glorioso de la árida semana, los hombres beben cerveza y tequila mientras imaginan que a lo lejos, en los jardínes de aquella lujosa mansión,"Superchendo" como han dado en llamarle, observa su fuente viva atizando la nostalgia con pequeños sorbos de bebidas importadas.
La imagen de "Superchendo" en su mansión despierta el rencor atávico de los moradores de "Los buitres" porque ­alegan- su alberca siempre está llena, y a unos cuantos metros, los niños padecen diarreas crónicas e infecciones en la piel porque el poco líquido que les llega a través de las pipas del cuartel, tienen que almacenarlo por días, en tambos de 200 litros y esto les duele, y más les cala cuando sienten el desprecio y el hostigamiento de Rosendo.
Para los habitantes de "Los buitres", Rosendo y su familia no son más que canallas e hipócritas porque valiéndose del poder municipal los han marginado de los servicios a que tienen derecho; sin embargo luchan por el pedazo de tierra que constituye su único patrimonio.
Laura Robledo, dirigente de la colonia dice:
- Ya fuimos a la Presidencia de la República y nos dijeron que Rosendo no es la última palabra.
La robusta mujer de pelo quebrado y tez morena habla con el rencor del pobre que se enfrenta al poderoso:
- Rosendo dice que por sus huevos nos tenemos que ir... agrega: "si a esas vamos, yo tengo más huevos"...Ríe seña­lando: "los de todos mis compañeros".
El arcoiris cruza el firmamento. A lo lejos se divisa la mansión de Rosendo Villarreal. Los vecinos permanecen expectantes a la voz de Laura Robledo:
- Yo ledije en la presidencia municipal que como él tiene alberca en su finca y nosotros no tenemos ni agua pa'tomar, pero tampoco' le nada porque ya ve, no nos manda ni los camiones de la basura, por eso, de aquí ni muertos nos saca.
A unos metros, un chiquillo hace barquitos de papel, más allá un anciano camina dejando sus huellas en el lodo. Los perros ladran y los hombres claman:
- Si Rosendo es tan chingón, nomás Que escoja el terreno.
Este es el sentimiento que priva en "Los buitres~', la colonia que Rosendo no quiere.
En esta colonia Rosendo está enseñando el cobre. Pese a que prometió obrar de acuerdo con la ley, usa el poder para reprimir a más de mil familias de escasos recursos económi­cos. Con esto, se ha ganado el rencor de esta parte de la población a la que en todos los tonos ha pedido que desalojen los predios y habla de reubicarlos, pero nunca de pagarles los materiales que con muchos sacrificios han comprado.
Pero ahí está el reto: "si es tan chingón, que escoja el terreno..."

III

La iglesia, sucia, apoya a Rosendo Villarreal

El 6 de agosto de 1992, durante el desarrollo de las festividades para honrar al Santo Cristo, en un callejón aledaño a la catedral de Saltillo, el obispo Francisco Villa 10­bos Padilla, Rosendo Villarreal Dávila y Jorge Rosales Tala­más apuraban sendas tazas de chocolate. Por aquel entonces, estaban en puerta las elecciones de las que surgirían los diputados locales y federales.
Días antes la iglesia católica había recibido el reconoci­miento oficial; sin embargo, los clérigos reaccionados se daban sus mañas para orientar el voto de los feligreses hacia los candidatos del Partido Acción Nacional.
En 1993, el 29 de junio, el alto mando del clero coahuilense se reunió para aprobar un documento en el que se precisa la postura de la iglesia frente al proceso electoral que se llevará a cabo el 26 de septiembre próximo.
Desde el momento de la emisión de esta carta político­-religiosa, los obispos coahuilenses Francisco Villalobos Padilla y Luis Morales decidieron asumir el rol del protagonismo político, pues se han echado a cuestas "iluminar" al pueblo, para dirigirlo al saneamiento y a la busquéda de una democra­cia perfecta.
La "santa" simulación religiosa aborda el tema del desem­pleo que padecen los coahuilenses de la región carbonífera y la inseguridad pública que existe en el Estado. Subliminal­mente orientan el documento hacia la opción que presenta la corriente empresarial, disfrazada de derecha política. En el texto no faltan las alusiones de "amor al prójimo" como una bandera que se opone a que los recursos del pueblo sean utilizados en las campañas proselitistas. Los obispos amena­zan con convertirse en vigías del proceso electoral y en defensores del voto popular.
La desverguenza de los obispós coahuilenes encuentra cauce en la despedida, en la que aluden a la "verdad" y a la "justicia", dos conceptos que ni siquiera por pose han practicado los sa-cerdotes en beneficio de los pobres.
El documento emitido por el alto mando del clero estatal, provocó prurito en los políticos oficiales, que de inmediato conminaron a los clérigos a entenderse de los asuntos celes­tiales de las almas coahuilenses y a dejar a un lado su talento político
Aunque la iglesia católica se encuentra en crisis desde hace muchos años y actualmente, sólo una capa de la clase media asiste a los oficios religiosos, la participación oportunista del clero, en estos momentos, ha puesto nervioso al grupo en el poder.
Sea como sea, la iglesia católica no tiene derecho de entro­meterse en los asuntos que corresponden sólo a los laicos. Los sa-cerdotes no tienen por qué tomar partido, porque es pública la forma hipócrita y criminal con que por siglos han tratado de oprimir la consciencia colectiva. Por fortuna el pueblo ya no se deja.
Acerca del clero, Francisco Bulnes escribió en 1899: "El púlpito sirve generalmente a esos hombres para prohibir a sus oyentes que lean periódicos liberales, no para llenar los grandes deberes morales propios de una institución religio­sa."
La iglesia católica permanece inmovil en sus conceptos, siempre aliado de los dueños del poder económico y fingien­do magistralmente que se ocupa de las desgracias del pueblo
trabajador. En Saltillo, durante el inicio de la campaña política de Rosendo Villarreal y José Angel Rodríguez Calvi­llo los clérigos fueron unos pobres mercenarios, ridículos, homosexuales arrastrados y sinvergüenzas, que tratan de hacer que volvamos al pasado.
Hoy que la iglesia católica cuenta con los elementos de dominación, intenta de nuevo dominar; con el documento en cuestión, los sacerdotes católicos dan el primer paso con la intención manifiesta de amordazar a los priístas en una clara alianza con los empresarios, que ayunos de ideología, hoy dominan al Partido Acción Nacional.
El discurso actual de la Iglesia Católica pretende que se olviden los crímenes que cometió ayer tratando de convencer a la grey católica de que la mansedumbre aparente de que hace gala, está orientada sólo al servicio de Dios, que es una organización religiosa pacificada, llena de mansedumbre; pero esta postura no corresponde a la realidad, "este discurso es como si un capitán de gavilla condenado a galeras a perpetuidad, dijera: ¿Para qué hablar de mis crímenes, si llevo muchos años de no cometer uno siquiera? ¿Por qué oponerse a mi libertad si soy sobrio, casto, casi asceta dentro de mi calabozo? ¿Por qué no devolverme mi caballo y mis annas, si doy pruebas de que no amo más que la tranquilidad, el sol de la mañana y el sueño dulce? ¿Por qué no devolvenne a las montañas donde hice correrías, cuando todo el mundo cono­ce que mis errores han pasado para no volver, y que no tengo más que pensamientos de amor para el prójimo? Nadie tiene derecho de atacarme, porque mi vida es tan ejemplar como virtuosa" .
Agrega Bulnes: "tratándose de una persona física es posible la enmienda, pero una persona moral, que se cree con autoridad para fallar sobre lo que es bueno o malo, lícito o ilícito, virtuoso o criminal; un prisionero que cree que es juez, el jurado, el gendanne y los acusadores, y que sólo la fuerza bruta ha podido privarlo de sus libertades, no es más que un hipócrita que exclama:
- Ver mi vida limpia como el fondo de un ideal de virtud".
Como pueblo, el coahuilense no debe dejarse oprimir por la iglesia católica que no completaría con toda una eternidad para quitar el excremento que cubre su rostro repulsivo.
El clero es tan hipócrita que subliminalmente señala los errores de los políticos que por más de medio siglo han dominado la vida del país, pero no menciona para nada los crímenes que han cometido polítiicos, surgidos como Rosen­do Villarreal Dávila, de las entrañas purulentas de la casta explotadora.
Si Francisco Villa lobos Padilla, Obispo de Saltillo, fuera en realidad un cura honesto, consecuente con los principios del evangelio, no vestiría, ni comería como lo hace y aparte, no se dedicaría a servir de mozo de espuelas de los poderosos mientras abandona a la gente del arrabal, con la que ni siquiera tiene trato directo.
Los obispos Francisco Villa lobos Padilla y Luis Morales son un par de hipócritas que aunque saben que Rosendo Villarreal es un tirano y no debe llegar a la gubematura del Estado, le engordan el caldo tratando de asustar a los políti­cos oficiales con documentos ahítos de falsedad.
El obispo Villalobos Padilla sabe que el padre de Rosendo Villarreal, en 1942, fue un hombre soberbio que encarceló a uno de cada cuatro saltillenses. Sabe también que Rosendo es un hombre hambriento de poder y enfermo de sadismo y que de llegar a la gubernatura aplicará una política autoritaria en perjuicio de los pobres del arrabal y en beneficio de los ricos, pero todo esto y mucho de lo que aquí se dice le importa madres al senil obispo. Finalmente comparte el poder con quienes siempre lo ha compartido la iglesia de los Borgia.

Epílogo

En 1990, Rosendo sorprendió a los saltillenses con un discurso insolente, cargado de promesas de cambio. Con el paso del tiempo,el pueblo se dio cuenta de que el alcalde con licencia es un ímpostor que llegó a la presidencia munidpal tan sólo para saciar el sadismo que padece.

El 30 de diciembre de aquel año, cuando el ahora candidato a la gubematura de Coahuila tomó posesión como alcalde de Saltillo, prometió que en menos de un año estarían terminados los mercados para reubicar a los puesteros, que el transporte público funcionaría cronométricamente, que el mercado Juárez sería remodelado y que para el combate al pandillerismo se aplicarían métodos científicos.
A casi tres años en la distancia relativa del tiempo, los saltillenses tenemos que reconocer que nos equivocamos, porque sin obra pública notoria, Rosendo se convirtió en un ser sádico que en 30 meses de gobierno encarceló a 50 mil ciudadanos y se robó diez mil millones de viejos pesos que repartió entre sus incondicionales.
Durante la primera parte de la gestión de Rosendo ViIla­rreal los impuestos aumentaron; se impusieron otros gravá­menes y sin embargo, las colonias del arrabal siguen pade­ciendo los mismos problemas: pandillerismo, deficiente siste­ma de transporte público y falta de vigilancia.
En ausencia de obra pública, Rosendo dio circo al pueblo. De vociferante candidato se convirtió en un payaso que muy seguido aparecía en la pantalla chica para quejarse de sus enemigos imaginarios, o para anunciar lo "bonito" que le iban quedando los camellones de los principales bulevares.
Otro de los motes que se ganó Rosendo fue el de Chendo Stanley, por aquello de "que chingón soy, como me quiero". Un buen día, el Hitler de Saltillo se fue de la lengua y dijo en conferencia de prensa que él es el mejor alcalde que ha tenido nuestra ciudad. La respuesta no se hizo esperar a través de las páginas del periódico El Diario de Coahuila. Durante muchos días, con gráficas y argumentos, el dueño de este medio de información hizo que el alcalde se tragara sus palabras. Rosendo ya no volvió a hablar, al menos ya no reiteró que él es el más chingón.

Es tan evidente el ansia de poder de Villarreal Dávila que como alcalde interino dejó a uno de sus incondicionales y puso en el camino de la presidencia municipal a José Ángel Rodríguez Calvillo, un individuo que desde hace muchos años es empleado del candidato a gobernador.

En el aspecto que ningún alcalde le ha ganado es en la capacidad que ha desarrollado para ganarse el odio de los saltillenses, en su capacidad de hipocresía y en su sadismo. Hoy por hoy, Rosendo es el alcalde más odiado y cuestionado por todos los estratos de la población, hasta por los muchos panistas que nunca se han tragado el cuento del..."rescate".

Juan Cisneros Cortés

Saltillo, Coah.
10 de agosto de 1993.